martes, 28 de diciembre de 2010

Evaluación

En una escala de 1 a 10 le di un 7 a las cerezas, casi un 8 a las ventanas de mi cuarto, un 6 a los soldaditos de mis guerras, a las ramas de mi mesa, a las tablas de mi árbol, a las ruedas de mi bici, a los dados, a los cromos de profesiones del mundo, y un 9 al chocolate con picatostes de los sábados.
Un 3 a las esquinas, un 8 a los soportales de la plaza, un 2 a las farolas de los martes, a las botellas en los bancos, a los perros enjaulados, a la ceniza gris de las cubiertas, también a las manchas sin forma del garaje. Un 7 al bulevar de San Mateo, un 4 a la cuesta de los arcos, un 1 a los treses, un 2 a los cuatros y un 6 a los notables condicionales. Un 9 a los cuadernos de septiembre, a las gomas nuevas, a los lápices con mi nombre, a los paseos con mi abuelo, un 5 a las tijeras sin punta, a los bolsillos vacíos (o con sólo una moneda de cinco), a los tigres tristes, también a los lagartos.
-          ¿Sólo un 5 a los lagartos?
-          Sí, un 5. Innegociable. Ni una décima más, pero no por su aspecto, no es por eso, es por su mirada geométrica, su visión... fracturada
-          Comprendo, comprendo. Continúa.
En una escala de 1 a 10 le di un 7 a los cristales, y otro 7 –casi un 8- a las figuras de cera que forman por azar las velas de la capilla, un 1 a las cabinas con puertas de fuelle, a los pantanos de los comics, un 4 al vendedor de letargos que hablaba por la radio con voz de jefe indio, otro 4 al arquitecto de los riscos, al santuario de cuerdas anudadas, al mimo pálido y blanco de la glorieta (porque me daba miedo), a Fernando el charcutero, que nunca me sonreía, al último de los columpios del parque, que siempre tenía un charco que ni la primavera secaba, pero un 10 a Billy Joel, que me hizo llorar dos veces en un día.
-          Disculpa, ¿has dicho antes el charcutero?
-          Sí, Fernando, era un hombre opaco, sacaba el género de la trastienda, aunque nadie cortaba la mortadela como él. Un 4 es duro, pero es justo.
-          La mortadela, por supuesto. Sigue.
En una escala de 1 a 10 le di un 5 a los gigantes, a los plátanos y a las aves de alas puntiagudas, a los belenes en diciembre, a los ríos descolgados de los hielos. Un 8 al dirigible Hindenburg, que aguantó como pudo hasta que sus átomos se hicieron chispas, también un 8 al Libro de la Selva, un 6 a los ganchos de carnicero, pero un 3 a don Alfredo, y al padre Blas, que me enseñaron gritando el catecismo y la tabla de multiplicar. Un 1 a los trenes sin vagones, a los armarios sin fondo, a las ballenas ciegas, a las bocinas, a las comidas sin postre, a las cuchillas (a las malditas cuchillas), y a los patios sin luz. No, a ésos un 0, ¿puedo dar ceros?
-          Desde luego. Supongo que podemos hacer una excepción
Pues un 0 a los patios negros como pozos sin agua, los patios en los que siempre es de noche. Y un 2... sí, un 2 a las mirillas de las puertas.
-          Son muchos números: ¿has hecho la media?
-          No, la media no
-          Suma y divide entonces, haz la media.
-          Por probar...
-          Prueba entonces, no temas... ¿cuánto sale?...
-          ... Sale un 4,9
...
...
-          Bueno, es un número, es un comienzo. Tenemos mucho que trabajar
-          ¿Le parece?
-          Por hoy es suficiente. Continuamos el viernes que viene, a la misma hora ¿Te va bien?
-          Creo que tenemos partido
-          ¿Partido? ¿Y contra quién jugáis?
-          Contra los tarados del Pabellón C. Pan comido
-          No subestimes a nadie
-          Lo sé, lo sé. Además, como son pocos, dos funcionarios juegan con ellos. Aun así están acabados
-          Seguro. Lo dejamos entonces a las 19:30. Así podrás jugar tu partido.
-          ¿Y por dónde empezamos?
-          Por el 4,9, claro está. Por el 4,9.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Sonría, por favor


Llegados a este punto qué podemos añadir. Los debates se quebraron antes del segundo acto, la evidencia se amontona en nuestra puerta y no para de apretar la botonera de los telefonillos: ¿querían pruebas? aquí están.

Los perros oxidados trepan a las farolas y muerden las bombillas apagadas, el aullido de los gatos coincide miméticamente con la sintonía de nuestros telediarios, mientras kilómetros de mosquiteras calcinadas por la luna reflectante envuelven siete hectáreas de árboles frutales con sus sombras arruinadas ya por el canto susurrante de millones de hormigas.

Llegados a este punto, se me ocurre preguntar: quién salvará a los insignes ministros azulados, a los viceconsejeros rotos por un mapa de estadísticas, al concejal de cultura que no atinó con la llave y dejó escapar varios cientos de gusanos, asustados por el agua sin hidrógeno que nos dejó aquel sol anaranjado.

La ignorancia de los mulos es ahora quien diseña el mobiliario del sagrado ateneo, inspirándose sin suerte en las revistas de hojas toscamente troqueladas. Las palabras sin acento visible han metido sus caravanas en la sala principal de las bibliotecas, vociferan las quinielas y caminan en pijama por los estantes vacíos, usando el cuenco de “sugerencias del lector” como orinal para sus emergencias diurnas.

Llegados a este punto -digo yo- sería conveniente reponer a los bomberos en sus cargos, para desatascar (a la mayor brevedad) el puente que conduce a los hayedos, anegado por mil packs de limusinas color sepia, que andan salpicando aceite y gasolina a los geranios afilados de los búhos, que ya no ven tres en un burro, pero no paran de llorar a sus caídos.

Llegados a este punto la costumbre lo es, en parte, todo. Quejarse por quejarse fomenta el mal ambiente, un gesto torcido ensombrece el pan y circo, y la orquesta de emisoras al unísono se desinfla un poco, y sufre, sin nos ve perjudicar nuestra sonrisa con muecas de sollozos dirigidos hacia el púlpito.

Llegados a este punto –y no quiero repetirme- qué podemos añadir.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Espejos

En esta entrada quisiera compartir con vosotros mi relato Espejos, que ha salido publicado en http://www.forumclasico.es/  por ser de temática musical. Se trata de un cuento sobre el precio que deben pagar aquellos a quienes la vida ha bendecido con eso que solemos llamar, no sin cierta imprecisión, talento; ése que permite prolongar, como mensajeros del tiempo, la sabiduría inagotable de los genios y ser, de algún modo, su portavoz, a cambio de hacer un poco suyo su mensaje.
Espero que os guste

viernes, 26 de noviembre de 2010

Fundido a negro

Quisiera convencer a las palomas de que no sirvan más de modelo en los afiches, de que vuelen directas hacia el sol si un hombre de traje (de uno de 3.000 dólares) les pidiera posar en sus banderas.

Quisiera convencer al color blanco de saltar en marcha del tren de las buenas intenciones, el que arroja octavillas de esperanza a las almas invisibles de los locos, y hace solemne entrada en la estación de los ilustres, mecidos por música de banda y premiados con un catering de platos fríos.

Quisiera convencer al optimismo de que abandone su encomiable proyecto de futuro, que recicle sus recursos y sus tácticas en favor del realismo incandescente y se deje consumir en los neumáticos negruzcos incendiados por los niños.

Quisiera convencer a Gandhi, a King, a Mandela, a Russell, a Schweitzer de que se disparen en la sien antes de subirse a las bocas de los simios, de aquellos que bautizan con sus nombres plazas, bibliotecas y avenidas.

Quisiera convencer a los tarados de que escapen de sus jaulas y sus nichos, y asalten el asfalto de los cuerdos para cantarles sus verdades (las de aquellos), sin miedo ya a las reclusiones y al tormento.

Quisiera convencer a los héroes de las armas y las letras que desmantelen sus quimeras y se sumen a los actos de clausura, que Ulises se olvide para siempre de las arenas de Ítaca, que a don Quijote le tiente ser infiel a Dulcinea, que Marco dimita de buscar a su mamá, que Antoine Doinel deje de correr hacia el océano, que Colin Smith no deje de hacerlo hasta la meta.

Quisiera convencer al fantasma de JFK de que desista de buscar la verdad en el pantano de las sombras, de que renuncie a visitar las conciencias de la Historia con Oswald de la mano, gritando: no fue él, no fue él.

Quisiera convencer a los desmitificadores de que cancelen su misión desmitificadora, porque lo escrito escrito está y tanto da ya si una guerra fue el producto de una paz o viceversa, si una masacre fue un mal menor o una desafortunada combinación de sinrazones, si un cráter fue la cuna de una bomba o de un volcán que por allí pasaba, o si las torres las tiraron los que viven en las cuevas o sus pasados mentores.

Quisiera convencer a los creyentes de que dejen de rezar a sus difuntos, que clausuren sus plegarias sin temor a quebrar contacto alguno. Despídanse, sin más, como quien cuelga el teléfono, con un nos vemos pronto o un hasta ahora.

           Quisiera al fin pedir a todos los mortales que juntemos nuestras manos agrietadas, para saltar sin disidencias al vacío y terminar de una vez por todas con este experimento -las cuentas no han salido-, y permitir así que otros vengan tras el humo y puedan empezar desde un comienzo, sin memorias, sin lastres, sin rencores, dejándoles –si acaso- el fuego, la rueda, la escritura y poco más.  O tal vez nada (ya no sé), tal vez nada.

viernes, 29 de octubre de 2010

El yate (sin acotaciones - número 2)

Me compré un yate y me llamaron snob. Un Benetti Classic con 37 metros de eslora, blanco blanquísimo, y rápido como el carajo. Una jodida cáscara de nuez para aguas tranquilas, te subes, te piras rumbo al horizonte y te pierdes en él, y el trozo de mar que elijas es tuyo, así, sin discusión. Si quieres ver peces como si quieres tumbarte a que el sol te acaricie el lomo. Una hamaca en la cubierta, Citadelle con tónica, o Martin Miller’s –que también es una ginebra cojonuda-, chillout directamente en la oreja, y las nubes que bailen para ti. Es lo que te da la vida. La vida en yate me refiero. Pues eso, me lo pillé en un noviembre, pensando ya en el buen tiempo. Anticipándome. Fue tras la jugada de la MSD, así sin más, ¡pah!, casi 300.000 para el bolsillo. Las farmacéuticas es lo que tienen, hoy son un mar de dudas y mañana cuatro cerebritos en un laboratorio dan con un potingue para las arrugas o una pastilla para endurecer el pito y las monedas se convierten en billetes a toda velocidad. Y aquello me lo gané. Ya te digo si me lo gané. Pocos lo hubieran visto pero yo lo hice, lo vi venir y ¡zas!, hasta dentro. Fui a por todas como un superman. Estás hecho todo un tiburón – me dijo Fede, y yo que sí, que sí, que me lo como todo. Lo mejor es que de farmacéuticas sé lo mismo que de bananas o de aluminio, las otras dos cosas con las que me he alicatado el salón con billetes de cien. La cosa es que los gustos cambian, como las preferencias, qué sé yo... Ando ahora..., no sé, como revisando mi mundo, haciendo algunos cambios, aquí y allá. Lo mismo te digo una cosa que te digo otra. A mí ahora me van más otras cosas ¿no sé si me entiendes?
- Bueno, no sé, entenderte…
- Sí, joder, lo que digo es que a uno le gusta cambiar, como con la música… o con las mujeres; hace un año para mí las rusas eran lo más y en el Sandro’s no quería otra cosa. Bueno, con decirte que con una me llegué a medio encoñar un poco…
- ¿Pero qué dices?
- Bueno, a ver, a encoñar, a encoñar… no del todo. Simplemente que quedábamos fuera de horario y eso. Me la llevé a algún viajecito, cenas, cines... mariconadas y cosas así, y al final nada de tarifas ¿entiendes?
- Ya... lo que no veo es a dónde quieres llegar.
- Pues eso, que antes eran las rusas y nada más, y ahora no tengo un plan prefijado: colombianas, rumanas, albanesas… ¡joder!, y género nacional también, que en el cumple de Richi nos levantamos a dos minas que eran de Plasencia, ¡como mi abuela!, no te lo pierdas, pero escucha: una cosa te digo, que no te miento ni un poco: CA-LI-DAD. Así, en letras grandes
- Seguro, seguro, bueno ¿qué es lo que quieres?
- Pues qué voy a querer, nada, charlar un poco, coño, que hace cuánto que no nos veíamos. ¿Cuánto hace: un año, dos….?
- Nos vimos en Navidad
- ¿En Navidad?... Ah, sí, pero eso fue en la cena de Don Emilio, ¿eso es vernos? Además íbamos cocidos, al menos yo, ¿te acuerdas?, porque yo sí que me acuerdo de la churri que trajiste tú, una rubia tremenda con unas peras que
- era mi mujer
- … pero tu mujer... era...
- Era, sí, Patricia. Pero ahora es ésa, se llama Jana. Tú mismo lo has dicho: las cosas cambian. Escucha Valeriano, me dices que me invitas a una copa, y yo digo sí. Escucho tu speech en silencio y me tomo la copa. Me dices ¿quieres otra? y yo digo venga. Otra. Pero ya llevo media hora con tus rollos de yuppie recién coronado y los minutos se me están haciendo de 90 segundos… ¿lo pillas? A ver ¿qué es lo que quieres?
- ¿Me compras el yate?
- ¿Qué?
- El yate, el Benetti, el que te he dicho antes
- Pero Valeriano, tú de qué vas.
- …
- ¿Has ido por Valencia últimamente?
- ¿Por Valencia?... no, pero eso qué
- Pues en Valencia, en el puerto deportivo, están construyendo un espacio de ocio marítimo de la hostia. Seguro que los baños del restaurante son más grandes que tu salón, el que tienes alicatado de billetes. La cola de inversores parece la del INEM, y gente guapa eh, los chicos de Hannover para empezar, y de ahí para arriba. Figúrate, la alcaldesa se abrió de piernas en cuanto vio la maqueta. Los papeleos y las gestiones parecía que llevaban vaselina. ¡Fuuum! En cuatro meses ya estaban las grúas poniendo bloques y las hormigoneras girando.  
- ¡Joder!
- Pues bien, yo de todo ese circo me estoy llevando un poquito, un porcentaje cerdito que no te voy a decir a ti. Sólo quiero que veas el reloj que me regaló el sábado pasado el presidente de la comisión. Mira.
- …
- Y ahora dime, Valeriano, bonito, tú que eres un chico tan listo. ¿De verdad te parezco uno de esos tipos que necesitan un yate? ¿De verdad crees que pillarme otro barco está entre mis prioridades ahora? Un Benetti Classic además, de qué, del 2006, del 2005, de
- el 2003.
- ¡Vaya! ¡Sí que estás hecho un lobo de mar! Mira tío, el día que te apetezca te vienes conmigo y nos damos una vuelta en el barquito del tipo que me dio este reloj –tráete a tu amiga la rusa y un sombrero de marinero si quieres-. Así vas enterándote exactamente de lo que es un yate. Te lo digo porque su primo tiene un astillero en Busán, y es árabe, y no me refiero a esos que van en camello y comparten sus dátiles con los beduinos, me refiero a un árabe de los buenos, de Dubai, de los que tienen en su casa una piscina como el estanque del Retiro.
- Vale, recibido, pero dime una cosa, seguro que conoces a alguien que le pueda interesar.
- Valeriano, no me comprometas. El cuento ése de redecorar tu vida es patético. Es un principio prácticamente indiscutible que cuando uno de los nuestros vende su yate es que está en la jodida ruina. Estar tomándome ahora mismo aquí, contigo, una copa ya me está perjudicando. Sabes que en este club no entra cualquiera. A ti te admitimos hace dos años, cuando lo del pelotazo del aluminio. Perfecto, fuiste el chico de moda, el nuevo terminator de Wall Street. Te di mi móvil privado, me presentaste a tu mujer y a tus dos hijas, y jugamos al golf un par de veces con Don Emilio. Incluso recuerdo haberme reído con tu chiste aquél sobre Zapatero y el pedorro de Lula. Sí, era realmente bueno. Pero nada más, eso no te convierte en mi amigo, y ahora quieres vender tu Benetti. Eso te señala. Así que estate tranquilo, ya no eres un snob, si es lo que te preocupa: no-te-lo-puedes-pagar. Te agradecería que te olvidases de mí.
- Vamos, por favor, sabes que me voy a recuperar. Tengo un contacto en Apple, el tema de las tabletas gráficas se va a revolucionar en breve, no es broma. No puedo darte detalles pero
- Valeriano, para ya. No me vengas con la copla de la mala racha, eso déjaselo a Ronaldo o a David Villa. Nosotros, los samurais, no pasamos malas rachas. Pon tu tartana del 2003 en eBay, igual te lo compra algún pescador noruego. Y ahora, si me disculpas, tengo que hacer una llamada. Gracias por la copa.

sábado, 23 de octubre de 2010

Planes de futuro

                                                                                 Para Álvaro y Ainhoa

           Cuando sea niño pediré tener juguetes que me prolonguen los sueños hasta el sueño. Llevaré la ropa malmetida y bajaré las escaleras entre saltos. Gritaré en las siestas, dormiré en la alfombra y romperé los pantalones por donde me digan los parques.

Cuando sea niño me esconderé del fuego de las noticias, sentiré la magia de los viernes como un hechizo y pediré chocolate en las meriendas. Maldeciré los lunes, me hundirá el domingo y los miércoles recitaré en las noches el eterno estribillo del prisionero en su celda: ya queda menos.

Cuando sea niño querré ser mayor, para viajar a los sitios que salen en las películas, y tocarlos. Montaré en un barco, volaré en un avión y bajaré a la mina con una linterna blanca, convencido de que la luz vence siempre entre lo negro, como gana Batman a Jocker, o Mazinger al Doctor Infierno.

Cuando sea niño pensaré que cada problema tiene su solución, que dar con ella es sólo cuestión de tiempo y que alguien, en algún sitio, ya se ocupa de ello. Pensaré también que los más listos triunfan y los más tontos fracasan, ¿cómo si no?, que Pinocho, después de volverse humano, dijo siempre la verdad, que Aquiles nunca alcanza a la tortuga y que ésta ganará a la liebre.

Cuando sea niño creeré en fantasmas, en gnomos y en cocos, también en los ángeles, incluso en Dios, y miraré hasta el cielo pensando que si algo está bien es que es bueno y si algo está mal será malo. Que los médicos curan, que los maestros enseñan, que la miseria de África es por la sequía, que el dinero nace en el bolso de mi madre y que la Real Sociedad nunca será equipo de Segunda.

Cuando sea niño no quiero ser pobre, ni rico tampoco, no, para disfrutar así, como los peregrinos de Alaska, del bendito proyecto de la quimera del oro y verme enriquecido de la noche a la mañana por un boleto o un décimo, un golpe de suerte que redecore mi vida de independencia y ocio.

Cuando sea niño preguntaré a los más altos quién manda más, si el Papa o el Rey, me dirán que cada cual en lo suyo, y yo pensaré que no me están contestando. Me asustaré de los perros que ladran, de los insectos que zumban y me bañaré confiado en las aguas que sean mansas.

Cuando sea niño supondré que en Australia todos andan del revés pero que no se dan cuenta porque están acostumbrados. Creeré que los trenes del horizonte son más bien lentos y que las nubes caben todas en mi mano. Diré sin miedo al error de este agua no beberé y este cura no es mi padre, y los sombreros serán para mí siempre serpientes que se han tragado a un elefante.

Cuando sea niño tendré por seguro que la leche se inventó para el cola-cao y no al revés, que el vino no sabe a uva y que las magdalenas secas terminan por arruinar cualquier desayuno. Daré por sentado que el mejor pan es el del pico que se roba de la bolsa, que no hay canica fea y que un gol sobre el timbre del recreo convierte en triunfador al alumno más proscrito.

Cuando sea niño, dentro de muchos años, seré niño.

jueves, 21 de octubre de 2010

Un héroe

Poco tienen que ver –muy poco diría- las sendas de los ingenuos con los caminos del optimista. Las unas son sinuosas, serpentean, se aburren ahogadas en la maraña de bosques; los otros, más rígidos, marchan como autopistas por encima de las casas. Por aquellas viajaba Juan sin miedo el día que lo raptaron y golpearon –ya visteis en la tele cómo le dejaron el ojo, que parecía una manzana oscura-; por éstos, los del optimista, marchan los charlatanes en sus carrozas de impuestos, señalando con su dossier enroscado, aquí y allá, los preámbulos de nuestras ruinas.
Cuento todo esto porque fue en la consulta –en la del traumatólogo Dr. Tovares- donde conocí al mismísimo Juan sin miedo.  Las revistas de la mesilla sólo hablaban de vísceras famosas, el papel pintado era horroroso y el tiempo de ambos acabó en uno solo. Nos dio por hablar. Primero de flores y estaciones, luego de medicamentos caros, después de la rodilla de Nadal, y finalmente de lo verdaderamente importante: cómo gritar en silencio.
-  Yo le veo a usted muy bien - le dije por cumplir un poco.
-  Váyase a paseo, joven, estoy para los leones.
En las cunas de cristal ya no se ven niños como los de antes, ahora son altos pero pálidos y si les echas una culebra se quedan inmóviles, no hacen nada. Juan estaba en receso, veía que no salía, con lo que fue él. Juan sin miedo, un ídolo, un mito, un duende. Si hablaba de niños y de cosas raras no era por la distancia –creo yo-, era por ignorancia consciente. O igual estaba ya un poco loco.
-  Admirado don Juan, usted debe sobreponerse, lo de aquel ministro fue una canallada -ya se sabe cómo se las gasta esa gente- pero ya pasó, ya pasó.
-  ¡Y una mierda que pasó! mire, mire.
Y me enseñó el brazo, que daba pena verlo, cómo se puede hacer eso, digo yo. Recordaréis de niños, al valiente Juan, con su espadita y su escudo, ¡y cómo saltaba!, era el más grande. Mi primo lo dibujó una vez en clase de pretecnología, con ceras verdes y purpurina para el sombrero –dibujaba muy bien mi primo-, y cuando lo vio la maestra se le saltaban las lágrimas, os lo juro. ¡Es un titán, una estrella! decía la pobre. Está claro que lo amaba.
-  Y lo de venir al médico, don Juan... cómo lo lleva.
-  No lo llevo, como no me haga entrar ya, me marcho.
-  Pero tendrá que verle ese brazo, amigo mío, usted no puede ir así por el mundo.
-  Si todo da igual, ¿es que no ve lo que nos están haciendo?
-  Y sí, mi señor, sí lo veo, pero me gasto mucho si sufro.
-  Usted es joven, gástese.
-  No hable tan alto don Juan, la señora de allí no quiere escucharnos.
-  Pues vale, no hablo, además no he venido por lo del brazo, al ministro que le den.
-  Y por qué está aquí don Juan -esto es un médico, que lo pone en la puerta, que lo he visto yo-, ¿qué es lo que tiene?
Mi amigo Pablo, que corría como un galgo en el rescate pero al fútbol era un patoso, se pidió para Reyes el disfraz de nuestro héroe, con su J en el pecho y su armadura de tela marrón, y lo llevó a la catequesis todo un mes, hasta que don Joaquín le cruzó la cara de un guantazo. ¡Como vengas otra vez a ver a Dios con esa pinta te saco a patadas de la Iglesia! Entonces lo usó de pijama –cómo era el Pablito de guarrillo-, y no se lo quitaba en todo el fin de semana.
-  Y qué voy a tener, querido, qué voy a tener a mi edad: tengo miedo.

domingo, 10 de octubre de 2010

Día de playa

Pedí ir al mar y me llevaron al metro
me dijeron que los túneles eran las olas
y el hombre de la taquilla un socorrista
al que se le habían perdido los prismáticos

El ruido de las máquinas era –me indicaron-
el preludio del chapoteo de los niños,
de otros niños
y la línea de seguridad el mismísimo borde del agua
el exacto litoral que recorrí con el dedo en los mapas de mis libros

Un kiosco era el quiosco y las revistas las toallas
Llamaron brisa al aire caliente que salía de las grietas
mientras mi bañador hacía juego con la estridencia cromática de los afiches

Me invitaron a construir, a crear, a inventar cosas con la arena
y usé las papeleras como torres del castillo más grande del mundo

Vi peces en forma de ratón y el brillo de los raíles
(el brillo cegador que el sol les imponía)
rebotaba como una pelota en mis gafas de buceador inexperto

Molesté cuanto pude a los veraneantes
porque ninguno soportaba más de diez minutos la presión azul del horizonte
-Con el interés justo- me animaban a sacar los pies de la orilla
cuando pasaban las lanchas
mis avances valerosos en el arte del buceo me abrieron un mundo nuevo de sensaciones y olores
allá en las profundidades
“olor a mar” ¿lo sientes?
–me preguntaban, haciendo que llenaban sus pulmones-

Merendamos con la música de unos tambores que salían de otra cala
en lo lejos
y tras el último chapuzón
ascendimos por un paseo marítimo de escaleras infinitas

El sábado me llevarán al zoo

Sin acotaciones (número 1)

¿Ves a aquel tipo de allí, el que está sentado junto al enrejado?, fíjate bien. Sí, el que lleva una chaqueta oscura. Sí, ése; pues ése es el hombre que te va matar.

...  ¿y sabes su nombre? No, tampoco importa demasiado, debió venir ayer mismo, me han hablado muy bien de él. Ya imagino, escucha: sé que en otra circunstancia su nombre hubiera sido un dato prescindible pero, la verdad, creo que tengo derecho a saber cómo se llama. Pues siento no poder ayudarte, ciertamente podría hacer una llamada y averiguarlo pero el nombre que me darían no sería el verdadero, nadie de su sector usa su nombre verdadero. Lo sé. Hazte cuenta que se llama... Javier, o Pedro. ¿Me va a matar un tipo que se llama como el primer Papa?, creo que no me inspira mucho. Como veas, si lo que buscas es inspiración.
¿Cuándo será? Esta noche, en un 90%. ¿Esta noche? Sí, estoy casi seguro, esperará a que la ciudad duerma, así es como funciona. ¿Funciona?, vaya palabra, nunca pensé que se pudiera hablar del fin de la vida de un hombre empleando la palabra funciona. Ya... ¿quieres otro café? ¿Y cómo será? ¿El qué, el café? ... No creo que deba preocuparte, será y punto. ¿Que no debe preocuparme dices? No, no debe preocuparte, hazte cuenta que ya ha pasado. ¡Es que no ha pasado, joder! ¿cómo será? No sé cómo será, qué quieres que te diga; por lo que me han dicho suele usar sus manos, ya ves que es un tipo corpulento, será rápido, eso seguro. ¿Sus manos? Sí, así es como suele actuar, aunque en el último año dicen que le ha dado por salirse un poco el guión. Qué quieres decir con el guión. Bueno, no sé, ¿recuerdas a Flavio, el joyero de Tarrasa? Sí. Con él usó una cuerda, una especia de cinturón de nudos, eso al menos nos dijo Reno, y meses antes, en Lisboa, utilizó un cuchillo de cocina, de esos grandes; es raro porque siempre usa sus manos, no sé por qué lo haría. ¡Joder! ¿Quieres tranquilizarte?, la gente te está mirando, ya sabías cómo iba a ser todo.
Escucha: sé que está todo hablado, pero aún estamos a tiempo. A tiempo de qué. A tiempo, a tiempo, joder, por qué no quieres entender. El que no quieres entender eres tú, no me vengas con ésas ahora. Puedo desaparecer y lo sabes, el efecto será el mismo, nunca más sabréis de mí. Creo que te olvidas de algo ¿no?, o mejor dicho, de alguien. ... Tranquilízate, termina el café, vuelve a casa y toma una copa, mira un rato la tele, súbete una puta, haz lo que quieras, tienes tiempo, todo será muy rápido. Y dale con lo de rápido: ¡qué coño significa eso! No va a dedicarte más tiempo del necesario, no le interesa. ¿Y si falla? ... ¿eh, y si falla? De qué hablas. Sabes de lo que hablo, qué pasa si falla, si no termina su trabajo, qué pasa entonces. No seas estúpido, si falla, mañana por la mañana te mato yo mismo.
... me marcho, haz lo que quieras hasta esta noche, no hace falta que te recuerde que si no cumples con lo pactado pagará quien no tiene culpa de nada. ¡Joder! Adiós Darío, y no te preocupes por esto, invita la casa. ...
Aguarda un momento, una última cosa. Tú dirás. Prométeme que mis hijos nunca sabrán lo que hice, ¿tengo tu palabra? Eso fue lo acordado, no tienes que recordármelo, de lo que de mí dependa, tus hijos nunca sabrán nada... y ahora vete a casa, hazme caso, está empezando a llover, no te vayas a enfermar, adiós Darío. ...

miércoles, 6 de octubre de 2010

Palabras ordenadas

A fines del siglo I vivió en Antalya un hombre notable; filósofo afilado, excelso poeta y extraordinario orador, cuya fama trascendía ampliamente los márgenes de la región. Todos le llamaban consecuentemente el maestro y su prestigio le hizo merecedor del respeto y admiración de su comunidad, desde los comerciantes que iban de paso, hasta la aristocracia que gobernaba la ciudad. Sus alumnos, que eran muchos, anotaban sus discursos, poesías y relatos en amplios rollos de papiro que depositaban y conservaban como tesoros en la biblioteca, para consulta y deleite de quienes desearan dirigir sus ojos hacia ellos.
Un día se presentó ante él un joven de Esmirna y le dijo:
Maestro: llevo leyendo, escribiendo y estudiando nuestra lengua desde niño y creo poder afirmar que estoy en posesión de las palabras, lo que me falta es el talento para ordenarlas. He venido para que me ayude a hacerlo.
Me temo que es demasiado pronto, le respondió el maestro sonriéndole.
Pero ¿cómo pronto? –dijo el impetuoso joven-, tengo veintiséis años y un enorme potencial. Necesito la destreza para ordenar las palabras y hacerlas poesía, y poder así hacer feliz a mis semejantes.  
No me refiero a ti, querido amigo. Me refiero a que es todavía pronto para mí. Mi corazón late con fuerza, mis piernas aún me sostienen y mi cabeza sigue dictando mi verbo con lucidez. No puedo, o no debo, o tal vez no quiera, revelar los secretos de mi arte a nadie. Yo también fui joven y aprendí esperando. Vuelve dentro de diez años. Tal vez entonces esté en las puertas de la muerte y con gusto te regalaré la llave de mi sabiduría.
El joven regresó a su ciudad y dedicó aquellos diez años a estudiar los textos del maestro, tratando de desvelar su magia, de reproducir su latido. Cumplido el tiempo volvió a Antalya, pero la respuesta volvió a ser decepcionante.
No debes sentir ansias por triunfar –le dijo-. Sigue explorando y aprendiendo. Felizmente me siento bien, aunque empiezo a intuir que mi llama no será eterna. Regresa dentro de cinco años. Algo me dice que en ese momento estaré a punto de embarcar y podrás heredar mi canto.  
Transcurrieron los cinco años y el joven pasó a ser un adulto, extraordinariamente formado, cada vez más sabio, pero deseoso aún de alcanzar la inigualable lucidez del maestro para ordenar las palabras. Esta vez el anciano, asediado ya por las enfermedades propias de su edad, se dio un año más, para desesperación del eterno aspirante a aprendiz. Cumplido el año, el maestro recibió de nuevo al joven y, ya postrado en la cama, le dijo así:
Debo decirte que esta vez empiezo a notar la espesa bruma del lago bajo la puerta, y el frío aliento del barquero tras ella, pero todavía puedo pensar y crear. Mis alumnos rodean mi cama cada mañana y mis versos siguen brotando resistiéndose a apagarse. Sé que me queda ya muy poco tiempo. Observa esta noche la luna, y cuando vuelva a estar exactamente igual, regresa. Te prometo que entonces premiaré tu paciencia entregándote la fórmula para ordenar las palabras del modo más hermoso.
Aunque irritado por la nueva evasiva, el hombre regresó a su casa con la ilusión de saberse a tan sólo veintiocho días de recibir el ansiado mapa que lo conduciría a la más alta creación poética. Tocaba, una vez más, esperar. Sin embargo, no había transcurrido ni una semana cuando el maestro murió. La noticia se extendió rápidamente por toda la región y el insistente solicitante se apresuró a regresar a Antalya para los solemnes funerales. Toda la ciudad estaba de luto. Varios centenares de personas se reunieron en la plaza en señal de duelo. Sin duda, el rostro más apenado era el de aquel hombre que había dedicado su vida a observar y estudiar las cualidades del maestro sin poder obtener a cambio el relevo de su inspiración. Tal era su amargura, que sin poder reprimirse y entre lágrimas de impotencia, alzó su voz en el silencio de la asamblea diciendo: ¡el maestro era un egoísta! El revuelo fue inmediato. Nadie daba crédito a lo que estaba oyendo. Algún loco desalmado –pensaron- que sin duda no había conocido las bondades del más ilustre y venerado ciudadano de Antalya. ¡El maestro fue un mezquino y un ruin! –repitió gritando- porque no quiso dejarnos las claves de su genialidad. Aprovechando el aturdimiento de las gentes por tan irreverente denuncia, el forastero de Esmirna subió a lo alto de una escalinata y continuó su alegato ante el asombrado auditorio.
Hermanos de Antalya: durante años he admirado y estudiado la poesía de vuestro maestro con perseverancia diaria, he memorizado y recitado cada frase que dictaba, cada palabra que él situaba en su lugar exacto, entre ellas su canto a la generosidad y sus odas a las musas, las mismas que lo conducían por las sendas que luego nos mostraba con su plática sublime. Pero si su canto era la respuesta al susurro de la divinidad, ¿no hubiera sido lo justo habernos legado las vías siempre fecundas de tal intermediación?, ¿acaso no merecen las generaciones futuras, no sólo deleitarse con sus poemas y enseñanzas, sino conocer la receta misma que permita perpetuarlas e incluso renovarlas?, ¿no es ésa la obligación moral de cualquier persona de bien?
En estos términos continuó su discurso ante sus oyentes, con la inspiración propia del difunto, edificando sus argumentos y arengas sin grieta alguna, con el estilo prodigioso de su mentor en la distancia. Y lo hizo con tal persuasión y apasionamiento que terminó por convencer a todos de la traición del maestro, quien se había llevado consigo al inframundo la irremplazable semilla de la perfección, arrebatándosela al mundo para siempre. ¡Nunca nadie habló tan rectamente!, grito uno de los convertidos oyentes. ¡No es justo robarnos así el don de la inspiración!, decían otros. ¡Es el nuevo maestro! vociferaron finalmente levantando las manos. ¡Viva el nuevo maestro! A los pocos instantes, la asamblea convertida en turba sacó el cadáver del anciano de su urna, despedazaron su cuerpo y lo entregaron a las alimañas. Acto seguido, siempre inflamados por el estímulo oral del nuevo líder, acudieron a la biblioteca, sacaron todos sus escritos, poemas y discursos, y los quemaron con imperturbable impiedad, borrando para siempre de la Historia las palabras ordenadas del ingrato maestro de Antalya.

Cine de verano

El abuelo de los cantos sin rima
me contó una vez
que el agua de los estanques
pasa una retrospectiva de sus reflejos
una vez cada seis años
el día de San Marcial.
Que proyecta
como en un cine
los instantes de las aves, las hojas y las almas
que pasaron frente a ellos
y el agua se volvió espejo de sus vidas
casi un segundo
o algo menos.
Dice también
que las gentes adivinan el momento
por las fuentes y los caños
porque cambian de sonido
y trasforman su golpeo
en un palmeo sordo
casi opaco.
El agua rescata entonces
las luces y destellos de otros días
como flashes usados
como ecos escondidos tras los astros
y se perciben seriados
los ángulos de ciertas sombras
el ziz-zag de las avispas
la mano acechante de los sedientos
el rostro de los narcisos
el surco de los barquitos
los globos de los infantes
las lágrimas del perdedor
la sonrisa del victorioso
el saludo inocente del simplón
las burbujas ascendentes de la carpa
los brillos de las monedas lanzadas
las colillas del fumador
Y más hacia el centro
donde sólo se asoma el cielo
se ven las nubes y claros que amenazaron las tardes
los aviones a chorro
la luna pálida y rota
las bodas de pájaros
las fronteras fractales del árbol más alto
y el humo negruzco de un incendio cercano.
Terminando el recuento
un viento pequeño
enturbia con curvas la memoria del agua
el proyector se apaga, se borra el hechizo
Las gentes se marchan
y se queda el tiempo mirando al estanque
filmando recuerdos para el próximo pase
que me dijo el abuelo de los cantos sin rima
que será en seis años
cuando seamos más viejos
justo el día de San Marcial

domingo, 3 de octubre de 2010

El visitante

           Acorralado y vencido por la ruidosa hojarasca de los nombres, decidí refugiarme en la techumbre curva de la aldea más aislada. Allí pude pensar sobre las águilas, que contestaban al horizonte con un batir aristocrático e iluminaban luego mi entendimiento con la letra pequeña de sus trayectos. Supe entonces que la hora más larga era, en realidad, la menos vistosa; que los huecos del monte anunciaban las sendas como las frases las palabras. Mendigué sonidos y runas entre los ancianos serios, acurrucados en el silencio de los muros, aunque mecidos graciosamente por un ejército de recuerdos desarmados. Esperé. Y al asomar la noche con su decadente pompa, escondí mi caja de guardar gorriones y me dejé invitar. Me sentaron junto al fuego y sin despegar los labios me previnieron del frío. Mi plato fue el primero en servirse, y tras la humeante estela del caldo que lo colmaba, me pareció escuchar el canto  murmurado de un padrenuestro. “Todavía tienen miedo a Dios” –pensé- , pero sus rostros esbozaban mucha más rutina que precaución. Escuché mucho lo poco que me hablaron, pero en las casillas blancas de sus sentencias dejaban, inmóviles, las claves poco encriptadas de su nostalgia. Ella se acercaba a la centena y él no podía con su alma. En algún rellano de su descenso noble la debió dejar un día, susurrándole en privado: aguanta. El tabaco y las costumbres la empujaban a escapar, pero el perseverante aire, limpio como la nieve, la tenía. Porque no me preguntaron nada supe que ya lo tenían todo. Marché. Dos semanas de otoño, no hizo falta más. Vinieron para enterrarlo. Eran tres hombres, tristes como los tres tigres. Cuando se fueron, entré yo, llevaba mi caja. Ella salió, se acercó y me habló una vez: “era muy bueno”. Asentí y luego la ayudé a morir. Si el sol lo vio lo mismo da, ni las fuentes ni las lomas alteraron su gesto cuando di la espalda a la puerta de la casa y eché a andar. Miré al cielo y allí estaban, dibujando los versos largos del viento. Eran las águilas más lentas que nunca había visto.

La Catedral

Construyamos una catedral de palabras
de altura por determinar
ya sean gastadas o de nueva creación,
provenientes de poemas épicos
o de coplillas de ciego;
cedidas de relatos breves o ensayos largos,
pergaminos amarillos o códices de lomo agrietado,
de hojas sueltas, de cuadernos relegados a un cajón,
de best seller, de ediciones en rústica,
de ofertas del 3 X 2
Salgan de los clásicos o de las listas negras
de eslóganes, de graffitis,
de legajos, de apostillas,
de  prospectos, de refranes
de palíndromos lúdicos
(de los que no lo son tanto),
de carteles, de sinopsis, de crónicas taurinas y gastronómicas
de pizarras sin borrar
de notas a pie de página.

Convoquemos de urgencia al impreso y al manuscrito:
novelas, piezas, tragedias,
dramas, juguetes, zarzuelas,
a los libros que ya fueron
y a los que están por venir.

Pidamos a la memoria
que restaure los tratados que alimentaron hogueras y aquelarres
que engordaron hasta la náusea los índices de aserciones prohibidas.
Redimamos del polvo cualquier frase articulable
sean axiomas solventes
verdades a medias
mentiras piadosas
o las propias falacias del inquisidor,
tiempo habrá de ir escogiendo.

Pidamos al aire que reagrupe cenizas, partículas en diáspora, átomos de tinta
que remiende después, que reinvente si es preciso
pues ningún veredicto pasado es ya competente
para detener el ambicioso caudal de esta insigne construcción.
Y sin descanso, enseguida,
se lance a recuperar los infinitos segmentos de las palabras habladas
aquellas que se llevó el viento,
desde las quimeras lloradas en el oscuro del bosque
a los gritos sin concierto del alienado,
provengan de aldeas, villas, suburbios, ferias
o del estruendoso vórtice de la ciudad capital,
las voces desafinadas del interior del tranvía
los consejos del anciano
las instrucciones del cabo
las órdenes del general
los sermones y homilías
los chismes y secretos de los patios
los cantos de sirena desde el púlpito
las sentencias y pronósticos de los sénecas
los anuncios por megafonía
las súplicas y los rezos
los propósitos de enmienda
las tablas de multiplicar.
Y traigan aparte, precintadas –con la mayor de las discreciones-
las jaulas sometidas al cerrojo y  los rigores
del secreto de confesión.
Hablen los terapeutas –sin señalar a nadie-
pero hablen
pues nunca se sabe si de un infierno interior
pueda sacarse una viga, un contrafuerte
o el anclaje reciclado de la pila bautismal.

Siga esta catedral el ordenamiento riguroso de las gramáticas.
Bien que muestre tolerancia con la ornamental filigrana
y mire con buenos ojos los riesgos de la combinatoria espacial
pero en tema de estructuras
no le tiente nunca el separarse
de las inapelables leyes de la verticalidad.

Constituyamos su cabildo con pronombres y adverbios terminados en –mente
y pongamos frente a él a un deán soberano,
elegido entre el manantial de sinónimos del verbo corresponder.

Hundamos en los cimientos el peso de la sabiduría:
un congreso de sofismos, de diálogos, de sombras de la caverna,
y de preguntas, muchas preguntas –es crucial ese ingrediente -.
¿Qué mejor piedra angular que la esculpida con el cincel afilado de la interrogación?
Pero usemos de grava los debates bizantinos
la morralla y verborrea de los iluminados
las condenas por moverse de las fotos
los fallos, los edictos
la carcoma de los bordes más oxidados de la deliberación.

La fachada esté repleta de adjetivos de los prólogos
de superlativos caros, de citas y dedicatorias.
Sean frases hechas, latiguillos y teoremas
idóneos para levantar columnas.
Vidrieras de luces opuestas
saldrán al cristalizar las rimas del visionario
y los crisoles de aforismos del falso profeta.
Los versos de las comedias sirvan para trenzar capiteles
y recorriendo el perímetro del ábside, una hilera de esdrújulas y sobresdrújulas
todas con sus tildes, como los beatos del cielo.

Biografías por estatuas
odas y epopeyas presidiendo las capillas
romances como arbotantes
y los cantos, todos los cantos,
en el coro
abrigados por una sillería de versos endecasílabos
y un atril de pie quebrado
equidistante

Para la cúpula nombres, sólo nombres
y un ejército de antónimos en la cenital linterna
para que el choque de contrarios la haga brillar
como una antorcha de avispas en confusa ebullición.

Luego el campanario
de silencios y de pausas,
de gestos, de códigos no verbales
de subtextos, de entrelíneas
sonidos cumplidos antes de articular

Y al fin queda la cripta
La cripta sea un desierto permanente
siempre vacía
siempre
ningún vocablo -por indómito o contumaz-
deberá ya esconderse ni sufrir persecución
Abolidos quedan –desde este preciso instante-
los tribunales garantes del santo vocabulario
Ábrase y respire la primera catedral sin ecos ni fantasmas
sin vestigios, ni espectros, ni reliquias en sus fosos
palabras, sólo palabras
gastadas o nuevas,
de altura por determinar