viernes, 5 de octubre de 2012

Antes de las cosas

            Antes de las cosas yo era un hombre tranquilo, uno de esos tipos de hablar pausado y sueños asequibles. Una ecuación de soluciones reales, todas pares y sin decimal alguno, de remedios inmediatos, y fácil de querer (aunque sea un poco)  
            Antes de las cosas construía sólo un llanto por cada cien risas, cantaba los lunes y rezaba en el sábado, sumaba mucho, restaba un poco y las cuentas salían. Respiraba diez veces al morir la aurora, vigilaba los relojes con el paso del verano y caminaba despacito, pegado a los muros -como me enseñaron-, por miedo a los vientos y a sus voces de lluvia.
            Antes de las cosas construía mis casas de ladrillo rojizo, de cemento y de piedra, para que el lobo se aburriera de soplar y soplar, sin mover un átomo de mis cristales, ni sembrar el pánico entre las líneas más anchas de mis fronteras.
            Antes de las cosas, paseaba y pensaba, leía libros sin las hojas gastadas, terminaba los cuadernos sin la espiral doblada, usaba lápiz y goma, y sin el menor esfuerzo, recibía los honores del trabajo bien hecho al practicar cada mañana el sublime arte de la caligrafía.
            Antes de las cosas mis listas se exponían en columnas, mis filas horizontes, mis horarios respetables, mis contraseñas de tres cifras, todas mis palabras eran la envidia de cualquier anfitrión. Cortesía, precaución, reverencia, y en la letra “F”, el vocablo “fantasía” estaba escrito con minúscula.
Antes de las cosas, mis gastos nunca superaban mis ingresos, jamás repetía postre, me gustaba el pan casi más que el chocolate y ninguno de los cien pájaros volando suscitaba mi interés.
            Pero entonces sobrevino el vendaval. Y sucedieron las cosas. Llegaron sin yo avisarlas. No sé si vinieron de a poco o todas de golpe, siguiendo un orden prescrito o como les dio la gana. Sólo sé que llegaron como Atila, empujaron la madera de mis postes y torcieron el suelo, igual que hace el agua cuando se venga del frío, cinco o seis veces al año.
            Así es como se aceleró el pulso. Nervioso, hipertenso, hiperactivo. Desquiciado. La cuadrícula huyó del orden y el insomnio avanzó sobre la noche. Reduje, sin yo quererlo, el espacio entre palabras. Muchos de mis dilemas ya no vieron solución, pero entre el ruido y las cuchillas vi latir otras caras de la vida, imperfectas, lanzando al precipicio las fichas numeradas de mi transcurso anterior. Cuando era un hombre tranquilo, antes de las cosas.