jueves, 30 de abril de 2020

Disparando al sol


Armado con munición para abatir a un millón de segundos, el hombre sin significado se adentró en la colmena de los razonamientos.  
La reina dio orden de dejarlo pasar y fue recibido en el salón del trono, como si de un emisario del porvenir incierto se tratase.
Ella le preguntó por su actividad furtiva, por sus idas y venidas por los mapas esféricos de los propósitos, por su violencia extrema hacia cosas que carecían de importancia, por su ensañamiento con los espacios vacíos que nadie reivindicaba. Un comportamiento inusual e incomprensible que solo podía desgastarlo.
El hombre sin significado permaneció inmóvil, silencioso, como buscando palabras que nunca llegaría a pronunciar. Por fin, se animó a hablar y explicó acompañándose de todo tipo de gestos, su aversión hacia los huecos que se abren entre los objetos, entre las ideas y sus bocetos. Relató cómo desde niño sufrió vértigos al contemplar la discontinuidad que condena a las cosas a delimitarse.
La reina meditó seriamente sobre la posibilidad de que aquel hombrecillo sin significado estuviera completamente loco, pero cada vez que terminaba una frase, la cordura emergía entre las sílabas como por arte de magia y su discurso recobraba el semblante eminente y sólido de las catedrales.
Sin más preguntas que hacerle, el invitado fue liberado y escoltado hasta la cúspide inaccesible de los delirios, un lugar casi sagrado que -se dice- es la cuna de todos los síntomas.
Desde allí el hombre sin significado levantó de nuevo su absurda escopeta y prosiguió disparando al sol, como le gustaba hacer en días nublados. Esos días que, no degenerando en lluvia, sí dejan escapar el murmullo incandescente de la extravagancia.


sábado, 25 de abril de 2020

Resistencia



- ¿Qué tal fue la guerra?
- No fue mal - respondió el general, estirándose el uniforme -. Quedamos los segundos.