sábado, 24 de junio de 2017

La celda

Nunca entendí por qué me encerraron en una celda tan grande. De hecho, con dimensiones tan descomunales, me cuesta llamarlo celda. Pero ellos así lo llamaron. “Te encerraremos en una celda” me dijeron. Y me trajeron aquí.
De haber tenido un techo alto con claraboyas, diría que se trata de algún tipo de nave industrial. Una nave pensada para una sola persona. O tal vez adaptada para tal fin. Una nave para destruir en vez de para fabricar. Para deshacer, para descomponer. En este caso para destruir al individuo.
Pero no, el techo no es elevado, al menos no para un espacio tan amplio. Podría pensar que en su origen había tabiques que dividían este enorme espacio en habitaciones, en departamentos, o en más celdas, cientos de ellas. Pero ni en el suelo ni en los muros se aprecian señales que lleven a pensar eso. No hay marcas. La sensación es que fue construida así. De un solo trazo sobre el plano.
Sin poseer, como es mi caso, conocimientos profundos de arquitectura, me llama la atención que en tan gigantesco espacio no hay columna ni pilar alguno. Me pregunto cómo podrá sujetarse una cubierta así, tan grande como el suelo. Ni aun sin tener encima el peso de otro piso, una superficie adintelada como esta debería al menos combarse por el centro, su punto más crítico. Pero eso no ocurre. Su horizontalidad es fiel, una réplica paralela del suelo, manifiestamente rígido y recto.
Especulo con la idea de que toda esta techumbre esté sujeta desde arriba, con brazos a la manera de arbotantes, como una grúa. Pero no llego a imaginar entonces sobre qué puntos de apoyo sobrevivirían estos a la innegociable tiranía de la gravedad.
En mi cabeza he dibujado una pirámide hueca, cuyo interior se compone de cientos de columnas nacidas de los muros laterales y oblicuos, sobre las que cuelga este fabuloso techo que domina mi vida. Lo habrán visto seguro en los techos de escayola, colgados de las vigas superiores. Sin embargo, de ser así, esa pirámide debería ser inimaginablemente grande y pesada, y de nuevo, inexplicable sin puntos de descarga interior.
Hace tiempo desarrollé una teoría alternativa, audaz, extraña. Pensé que en realidad este espacio era el resultado de un truco visual creado por espejos. Pero caminando por el perímetro completo pude constatar que no es así. Los muros son duros y opacos. Son reales. De color blanco, casi igual que el suelo, cuyo tono es algo más oscuro. De ser del mismo color perdería la noción del espacio al no diferenciar el suelo del muro, ni el muro del techo. Aquella comprobación me dio además una idea sobre las dimensiones y forma de mi celda. Confirmé que se trataba de un cuadrado perfecto de aproximadamente 266 metros de lado.
Otro misterio es la luz. El techo es un espacio completo y uniforme de un material traslúcido, que se ilumina y se apaga regularmente de luz blanca. Por mis ciclos de sueño y los momentos en que me acercan la comida a una de las esquinas, he llegado a intuir que los periodos de luz tienen una relación de 2/3 con respecto a los de oscuridad total. Y que la suma de los tres debe corresponderse con la duración de un día de 24 horas. Así, 16 horas son de luz, y 8 de oscuridad, cíclicamente.
            Me sirven la comida poco después de encender las luces y aproximadamente una hora antes de apagarlas. Es una alimentación suficiente y adecuada, dadas las circunstancias. Para evitar problemas con tan regular cadencia alimentaria, procuro estar cerca de la puerta en esos momentos. Además, es en las proximidades de esa puerta –la única puerta- donde paso la mayor parte del día, allí tengo la cama, el retrete, un lavabo y una ducha, siempre con agua potable. También tengo una mesa y dos sillas. Me pregunto por qué dos sillas, si estoy completamente solo. Más misterios.  
            Mi ropa se compone de un pantalón y una camiseta de manga corta, ambas prendas blancas. De no ser por el tono más oscuro de mi cuerpo me fundiría literalmente con el fondo. Para un espectador externo formaría parte de mi celda. Dispongo de calzado básico y elementos de aseo. No siento frío ni calor en ningún momento, lo que me lleva a pensar que la temperatura es de 20 grados aproximadamente. ¿Cómo logran mantener esta temperatura constante? Es el enésimo enigma de mi cautiverio. No hay ranuras visibles, ni radiadores, no hay corrientes de aire. El aire es limpio pero no proviene de ningún sitio que yo pueda ver. La puerta da a un espacio cerrado y angosto, y esta sólo se abre para dejarme la comida, y ahí debo depositar la bandeja al terminar. El funcionamiento es similar al de los tornos en un convento de clausura. De este modo no tengo contacto de ningún tipo con ninguno de mis carceleros.
            Pero los misterios no terminan aquí. Si hablo en alto para pedir algo, alguien en algún sitio me escucha. En ocasiones he pedido libros y me los han dejado junto a la comida. Son novelas de Julio Verne, de Emilio Salgari, de ese estilo. Todo aventuras, siempre ficción. Una vez me dejaron una versión en cómic de la Biblia, pero el texto estaba en polaco o algo parecido. Me entretuvo mirar los dibujos. Muchas son historias muy conocidas que no necesitan texto. Una vez pedí escuchar música y comenzó a sonar a los pocos segundos. Era música clásica. Básicamente relajante, aunque una parte me sonaba mucho, creo que de alguna película. Era más animada, como para ilustrar una batalla o algo así. ¿De dónde emanaban los sonidos? No lo sé. Ya habrán adivinado que no hay altavoces a la vista, ni cámaras, ni micrófonos.
       No tengo la menor duda de que de seguir así, no tardaré en volverme loco. Puede que ya lo esté. La percepción sensorial necesita estímulos variados, comparables, referencias. Y mi margen es mínimo. Camino a diario por el perímetro de mi enorme celda, a veces me da por correr, incluso gritar. Soy dueño de un espacio inmenso que no puedo abandonar. Repetitivo. Predecible. A veces pienso que puedo moverme más que muchas personas libres. Pero al final, siempre me encuentro con un muro. Con cuatro muros y un techo inmenso.
           He pensado incluso que pudiera estar siendo usado como cobaya de algún tipo de experimento sobre el aislamiento, o sobre las consecuencias de perder las referencias espaciales y temporales sin recurrir a la tortura. Quién sabe.
          Otra opción, que no descarto, es que, en realidad, esté muerto. O más bien, en el tránsito hacia la muerte. Que esto sea un estado intermedio entre la existencia y la desaparición. Que la laguna de la que nos hablaban los clásicos era finalmente una celda inabarcable.
           No lo sé. No sé casi nada.
         Mi única certeza es que mi delito fue grave. Lo asumo. Soy culpable. Y sé que mi reclusión es justa. Pero no entiendo por qué demonios esta debe ser en una celda tan grande.