domingo, 28 de mayo de 2017

24 cofres

Tuve que vaciar los cofres de las vivencias por petición expresa del progreso.
Su formas me parecieron las correctas –no tengo quejas al respecto- pero sus agentes ejecutivos me dieron un trato que muchos en mi situación hubieran calificado de denigrante.
“Su experiencia en tal o cual episodio debió ser comunicada con efecto inmediato para su evaluación, su reacción ante los sucesos del día de autos fue desmesurada e inapropiada, de su paso por determinado evento no consta testimonio de actuación alguno”, etcétera.
Permanecí la mayor parte de la inspección en silencio, si bien, en un momento dado, me pareció correcto ofrecerles un café o un té mientras realizaban su tarea. Ninguno de los ocho se molestó en mirarme, siguieron a lo suyo. Sólo uno de ellos –no necesariamente el más serio- se limitó a decirme sin levantar la vista de mis cofres: cierre la puerta y quédese fuera, haga el favor, ya le avisaremos. 
Dos meses después recibí una carta certificada con la documentación sellada, escrita en tono frío y administrativo: en lo sucesivo absténgase de exhibir trazos de memoria que puedan contener aprendizajes o enseñanzas, así como de compartir con nadie reflexiones sobre hechos cruciales de su existencia, ya sean propios o tomados de otras personas.    
Constaté que se trata de un texto standard que usan en todas las misivas de este tipo. Deben enviar cientos de ellas cada día. La mía sigue en mi mesa, casi intacta, siempre coronando una montaña de papeles más recientes. No me atrevo ni a doblarla ni a guardarla en el cajón. No me atrevo a leerla en voz alta – tampoco en voz baja-.
Por suerte para mí –porque no siempre es así- me dejaron conservar los cofres –vacíos, claro está-, si bien fueron convenientemente sellados en mi presencia. Lo hizo un hombre alto y elegante, encorbatado, que no había participado en las tareas de inspección. Llegó solo al final, mientras recogían. Todos le trataron con el respeto que se le da a un superior. Al terminar se dirigió hacia mí y me habló con solemnidad pétrea: "le dejamos que se quede con los cofres pero si quiere un consejo, deshágase de ellos. Hoy. La experiencia me dice que la tentación de usarlos de nuevo suele degenerar en reincidencia. Y entonces la ley será mucho más severa". Salieron todos y se fueron por dónde habían venido. Quedé pensativo en el umbral de mi puerta. Apenas había ya luz en la calle.
En noches como la de hoy me gusta sentarme en mi estudio y observarlos, quietos, cerrados, mudos, casi fosilizados. Veinticuatro cofres de madera oscura y barnizada, inmóviles, como aquellos guerreros de terracota de Xian, con sus ojos fijos en algún punto flotante y detenidos en el tiempo. Por ahora no tengo tentación alguna de delinquir abriéndolos y volcando en ellos mis recuerdos. En realidad, ya casi el único recuerdo que me queda es el del día que tuve que vaciarlos delante de ocho inspectores graves, por petición expresa del progreso.