domingo, 17 de febrero de 2013

Sueños

            Es extraño. Desde hace algunas semanas tengo sueños que no me pertenecen. Me refiero a sueños de dormir, no sueños de soñar. Cierto que los sueños son siempre extravagantes, y mezclan personas y situaciones de nuestra vida que no están relacionadas, pero lo que a mí me ocurre es que no reconozco a nadie que aparece en ellos. Tampoco los lugares. Ni remotamente. Empiezo a pensar que estoy soñando los sueños de otra persona.
            Es todo muy raro. Desde hace algunas semanas mis gustos y aficiones están cambiando de manera precipitada. Mi interés por el ajedrez ha decaído y no me apetece escuchar a Keith Jarrett, a quien adoro –o adoraba-. Sin embargo, me sorprendo deteniéndome frente a tiendas de mascotas, a las que siempre he ignorado, y en las librerías, una fuerza interior me empuja a ojear libros de viajes por Asia y lugares exóticos, en vez de las novelas americanas que ahora me seducen con impulso decreciente.  
            Estoy realmente confuso. En las últimas semanas me ha dado por vestirme y peinarme de manera distinta, por cambiar de lugar los objetos de mi casa: el sofá, la mesa y un par de cuadros a los que cada vez encuentro menos sugerentes. Me apetece comer más vegetariano, y desayuno té en vez de café. El vino me da ahora dolor de cabeza, y, para mi asombro, empieza a interesarme la tónica y la fanta de limón. Sufro menos cuando pierde el Madrid y me está dando por escuchar M80. Es de locos.
            Hace unos días, un joven me abordó por la calle y se me puso a hablar como si me conociera desde la infancia. Nunca antes lo había visto y no comprendí ni una palabra de lo que me decía, pero él no dejó de contarme su vida –y un poco la mía- con absoluta complicidad. Hasta me palmeó el hombro mientras se refería al lugar en que me compré mi abrigo, un día que –según explicó- íbamos juntos camino de la casa de una tal Guadalupe. No acertó en nada –creo yo-. Pero me limité a asentir a todo –por educación- y al poco rato se despidió: “hasta otra, Arturo”, me dijo. Pero yo no me llamo así.
            Mi vida ha pasado a ser una obra surrealista. Mis ambiciones cambiaron, y no sé cómo ni por qué. Busco otras cosas. Mi trabajo me aburre y mis proyectos son nuevos. Mis sueños están viviendo una revolución. Me refiero ya a los sueños de soñar, no a los de dormir. Estoy viviendo un proceso de transformación hacia otra persona de la que apenas sé nada. Pero siento que si me opongo, estaría traicionando un plan trazado que ya es imposible alterar.
            Hoy por la mañana me sonó el móvil. ¡Arturo! – me dijo una voz. No sabía quién era pero, por alguna razón, su tono me resultaba cercano. Me preguntó si se mantenía en pié lo de ir la fiesta de esta noche. Lo pasaremos bien, ¿quedamos donde siempre?- me preguntó. Bueno... no sé... donde siempre no me viene bien –improvisé-... mejor quedemos en la Puerta del Reloj, junto al metro –me lancé a sugerir a riesgo de decir un disparate-. La voz del otro lado del teléfono estalló en risas: ¡claro! ¡donde siempre entonces!. ¿A las ocho, ok?. Sí, a las ocho nos vemos.
            Estoy preparándome para la fiesta (una fiesta), pero no sé qué fiesta. Estoy frente al espejo. Me miro atentamente. Soy yo, creo. Aunque me veo distinto. Tal vez sea el pelo, o la barba incipiente que no me animo a quitarme desde hace días por sentirla cada vez más propia. He dicho varias veces mi nombre en alto. Mi nombre. Soy yo. Pero en realidad el nombre de Arturo no me suena menos familiar. Me pregunto si a estas alturas seguiré teniendo el mismo apellido.
            No me importa empezar una nueva vida. No tiene porqué ser peor que la actual, la original –de la que cada vez me siento más lejos-. Probemos. Lo que nunca imaginé es que todo empezaría por los sueños. Me refiero ahora a los sueños que se tienen cuando se está durmiendo, no a los sueños que se tienen cuando se está soñando.