domingo, 3 de octubre de 2010

La Catedral

Construyamos una catedral de palabras
de altura por determinar
ya sean gastadas o de nueva creación,
provenientes de poemas épicos
o de coplillas de ciego;
cedidas de relatos breves o ensayos largos,
pergaminos amarillos o códices de lomo agrietado,
de hojas sueltas, de cuadernos relegados a un cajón,
de best seller, de ediciones en rústica,
de ofertas del 3 X 2
Salgan de los clásicos o de las listas negras
de eslóganes, de graffitis,
de legajos, de apostillas,
de  prospectos, de refranes
de palíndromos lúdicos
(de los que no lo son tanto),
de carteles, de sinopsis, de crónicas taurinas y gastronómicas
de pizarras sin borrar
de notas a pie de página.

Convoquemos de urgencia al impreso y al manuscrito:
novelas, piezas, tragedias,
dramas, juguetes, zarzuelas,
a los libros que ya fueron
y a los que están por venir.

Pidamos a la memoria
que restaure los tratados que alimentaron hogueras y aquelarres
que engordaron hasta la náusea los índices de aserciones prohibidas.
Redimamos del polvo cualquier frase articulable
sean axiomas solventes
verdades a medias
mentiras piadosas
o las propias falacias del inquisidor,
tiempo habrá de ir escogiendo.

Pidamos al aire que reagrupe cenizas, partículas en diáspora, átomos de tinta
que remiende después, que reinvente si es preciso
pues ningún veredicto pasado es ya competente
para detener el ambicioso caudal de esta insigne construcción.
Y sin descanso, enseguida,
se lance a recuperar los infinitos segmentos de las palabras habladas
aquellas que se llevó el viento,
desde las quimeras lloradas en el oscuro del bosque
a los gritos sin concierto del alienado,
provengan de aldeas, villas, suburbios, ferias
o del estruendoso vórtice de la ciudad capital,
las voces desafinadas del interior del tranvía
los consejos del anciano
las instrucciones del cabo
las órdenes del general
los sermones y homilías
los chismes y secretos de los patios
los cantos de sirena desde el púlpito
las sentencias y pronósticos de los sénecas
los anuncios por megafonía
las súplicas y los rezos
los propósitos de enmienda
las tablas de multiplicar.
Y traigan aparte, precintadas –con la mayor de las discreciones-
las jaulas sometidas al cerrojo y  los rigores
del secreto de confesión.
Hablen los terapeutas –sin señalar a nadie-
pero hablen
pues nunca se sabe si de un infierno interior
pueda sacarse una viga, un contrafuerte
o el anclaje reciclado de la pila bautismal.

Siga esta catedral el ordenamiento riguroso de las gramáticas.
Bien que muestre tolerancia con la ornamental filigrana
y mire con buenos ojos los riesgos de la combinatoria espacial
pero en tema de estructuras
no le tiente nunca el separarse
de las inapelables leyes de la verticalidad.

Constituyamos su cabildo con pronombres y adverbios terminados en –mente
y pongamos frente a él a un deán soberano,
elegido entre el manantial de sinónimos del verbo corresponder.

Hundamos en los cimientos el peso de la sabiduría:
un congreso de sofismos, de diálogos, de sombras de la caverna,
y de preguntas, muchas preguntas –es crucial ese ingrediente -.
¿Qué mejor piedra angular que la esculpida con el cincel afilado de la interrogación?
Pero usemos de grava los debates bizantinos
la morralla y verborrea de los iluminados
las condenas por moverse de las fotos
los fallos, los edictos
la carcoma de los bordes más oxidados de la deliberación.

La fachada esté repleta de adjetivos de los prólogos
de superlativos caros, de citas y dedicatorias.
Sean frases hechas, latiguillos y teoremas
idóneos para levantar columnas.
Vidrieras de luces opuestas
saldrán al cristalizar las rimas del visionario
y los crisoles de aforismos del falso profeta.
Los versos de las comedias sirvan para trenzar capiteles
y recorriendo el perímetro del ábside, una hilera de esdrújulas y sobresdrújulas
todas con sus tildes, como los beatos del cielo.

Biografías por estatuas
odas y epopeyas presidiendo las capillas
romances como arbotantes
y los cantos, todos los cantos,
en el coro
abrigados por una sillería de versos endecasílabos
y un atril de pie quebrado
equidistante

Para la cúpula nombres, sólo nombres
y un ejército de antónimos en la cenital linterna
para que el choque de contrarios la haga brillar
como una antorcha de avispas en confusa ebullición.

Luego el campanario
de silencios y de pausas,
de gestos, de códigos no verbales
de subtextos, de entrelíneas
sonidos cumplidos antes de articular

Y al fin queda la cripta
La cripta sea un desierto permanente
siempre vacía
siempre
ningún vocablo -por indómito o contumaz-
deberá ya esconderse ni sufrir persecución
Abolidos quedan –desde este preciso instante-
los tribunales garantes del santo vocabulario
Ábrase y respire la primera catedral sin ecos ni fantasmas
sin vestigios, ni espectros, ni reliquias en sus fosos
palabras, sólo palabras
gastadas o nuevas,
de altura por determinar

1 comentario:

  1. Me encanta este texto de la Catedral,felicidades, me parece el mejor de todos.
    sigue adelante con tu inspiración
    saludos
    espe

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