me contó una vez
que el agua de los estanques
pasa una retrospectiva de sus reflejos
una vez cada seis años
el día de San Marcial.
Que proyecta
como en un cine
los instantes de las aves, las hojas y las almas
que pasaron frente a ellos
y el agua se volvió espejo de sus vidas
casi un segundo
o algo menos.
Dice también
que las gentes adivinan el momento
por las fuentes y los caños
porque cambian de sonido
y trasforman su golpeo
en un palmeo sordo
casi opaco.
El agua rescata entonces
las luces y destellos de otros días
como flashes usados
como ecos escondidos tras los astros
y se perciben seriados
los ángulos de ciertas sombras
el ziz-zag de las avispas
la mano acechante de los sedientos
el rostro de los narcisos
el surco de los barquitos
los globos de los infantes
las lágrimas del perdedor
la sonrisa del victorioso
el saludo inocente del simplón
las burbujas ascendentes de la carpa
los brillos de las monedas lanzadas
las colillas del fumador
Y más hacia el centro
donde sólo se asoma el cielo
se ven las nubes y claros que amenazaron las tardes
los aviones a chorro
la luna pálida y rota
las bodas de pájaros
las fronteras fractales del árbol más alto
y el humo negruzco de un incendio cercano.
Terminando el recuento
un viento pequeño
enturbia con curvas la memoria del agua
el proyector se apaga, se borra el hechizo
Las gentes se marchan
y se queda el tiempo mirando al estanque
filmando recuerdos para el próximo pase
que me dijo el abuelo de los cantos sin rima
que será en seis años
cuando seamos más viejos
justo el día de San Marcial
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