miércoles, 31 de agosto de 2011

Balada del optimista

Por no saber no sabía
que era víctima del frío desafecto de los cuarteles
Marchaba entre las gentes, dibujando odas
despertando al horizonte de su verticalidad
minando la autoestima del carcelero,
arruinando las promesas del bravucón
y tañendo entre líneas las palomas bocetadas en los vidrios.

Por no saber no sabía
de los lados varados del sirviente,
del recodo y el escombro no aireado del ingenuo
dolido por una bala sin remite
del odio acumulado entre las cejas del paria
del veneno atesorado en frascos de cristal ahumado.

Era tan pacífico y tan bueno
que el soberbio le cedía sus aumentos
el engañador lo tenía en alta altura
el ministro lo apodaba “el sabedor”
y los viejos detenían a su paso la cocción lenta y noble de la sabiduría

Por no saber nunca supo
que el alcalde de las nubes sin latido
quiso –una vez, hace ya tiempo- tenderle la mano
para ennegrecer con él
los haluros discontinuos de la memoria instantánea

Por no saber no sabía
de las guerras en laberinto
de la baja intensidad de los tratados
ni de la letra pequeña de la negociación.
Quiso descubrir el lado positivo del lagarto
remover los cementerios vivos del rugido
sortear las hileras de cruces
esquivar el alambre de espino
llegarse al prado
y reposar tranquilo
para sembrar después
el maná de sus proyectos

Por no saber nunca supo
que su arresto fue pragmático
-nada personal-
cumpliendo rigurosamente la legalidad vigente
Y allí entonces, sentado en su camastro sin mesilla
siguió viendo los muros como lienzos
los barrotes como velas
las piedras como pan duro y el pan duro como formas de existir
esperando que el reloj doblegara serenamente
el tiempo
como si fuera de arcilla

jueves, 11 de agosto de 2011

El pasamanos

Poca gente sabe que bajo el suelo del infierno existe una compleja red de sótanos y galerías. Un laberinto inabarcable de espacios hermanados por la más tupida y espesa oscuridad. El lugar está siempre vacío y su finalidad continúa siendo un misterio. A pesar de la vorágine pavorosa que se desarrolla encima de él, reina allí, sin interrupción, un silencio absoluto.
Sin embargo, en una de las estancias encontramos una trampilla fácil de abrir, con una pequeña escalera que conduce a un túnel, siete veces más largo que lo que los hombres llamaríamos infinito. Es una galería angosta y claustrofóbica, pensada para caminar en un solo sentido, en una sola fila, con un solo destino. Un camino recto pero de pendiente continua y sutilmente descendente. No hay luces ni guías, el piso es áspero y las paredes neutras. Tan sólo, eso sí, dispone de un robusto pasamanos de ébano, anclado al muro derecho, a poco más de un metro del suelo, que recorre la totalidad del pasadizo hasta el límite mismo de su existencia. Puedo decir, sin temor a mentir, que es el más hermoso y elegante pasamanos que jamás haya facilitado el tránsito por corredor alguno. Así debe ser, ya que, debido a la oscuridad que lo rodea, su belleza y acabado son sólo perceptibles al tacto. Y lo puedo decir, sin miedo a equivocarme, porque ese pasamanos lo hice yo.
Fue un encargo del único patrón de estas latitudes, y supongo que me llegó por recomendación. Precisamente él, en persona, fue quien se presentó en mi taller.
-          Cancele todos sus compromisos futuros. El trabajo que vengo a ofrecerle le llevará el resto de su vida - me dijo, con una voz menos grave de la que tradicionalmente le solemos asignar
Naturalmente, no pude negarme. Al día siguiente comencé a trabajar. Durante años recibí el ébano más firme y negro que jamás hubiera visto. Nunca antes, en todos mis años como artesano de la madera, encontré tal densidad ni perfección en un tronco talado. Ningún lugar de Ceilán o África central, donde crecen los mejores ejemplares del mundo del Diospyros ebenum, es capaz de desarrollar un bosque tan extenso y de tanta calidad como el que me estaba sirviendo de proveedor. Pero no era de mi competencia preguntar y me limité a cumplir con el encargo.
Desde entonces, mi salud no ha sufrido mella alguna. Cada año cumplido me he ido sintiendo mejor y más fuerte, hasta el punto de pensar que me habían hecho también inmortal. Pero no era así.
Entregué mi trabajo en el plazo previsto, y ese día, pude hablar por segunda vez con mi cliente.
-          En verdad, ha hecho usted una obra maestra. No me equivoqué al elegirlo – me dijo.
Entonces, empujado por la insolencia de mi edad casi centenaria, le pregunté:
-          ¿Para qué sirve este túnel?, ¿A dónde conduce?
-          Supongo que a usted ya puedo decírselo. Le pediría discreción, pero los dos sabemos que no será necesario. Estoy preparando la fuga de Dios.
-          ¿La fuga de Dios?
-          Su marcha, su huida, su retirada, como lo quiera llamar. Ha sido la única petición que me ha hecho y, como le ocurrió a usted al recibir mi encargo, no pude negarme. Supongo que se lo debía.
-          Pero ¿por qué desde aquí, precisamente desde este lugar?
-          ¿Y qué mejor opción para un espíritu anciano que abandona la escena sin afán alguno de notoriedad? De hecho, Él hace ya tiempo que dejó de ejercer. Los hombres tienen a ese respecto un desconocimiento absoluto, aunque nadie les puede culpar por ello, claro está. Lo que ustedes llaman con figurativa ingenuidad “el cielo”, funciona desde hace siglos como una república.
-          Entiendo entonces que la victoria ha sido finalmente suya.
-          En absoluto. Siguen sin comprender nada.
-          ¿Y qué va a ser de nosotros? ¿Cómo saldremos adelante?
-          Como hasta ahora. Es así, con toda seguridad, como lo harán. Como lo han hecho hasta ahora.