domingo, 15 de enero de 2012

Dos días desde hoy

            Tengo el firme convencimiento de que pasado mañana se acabará el mundo. Y no lo digo en cumplimiento de ningún tipo de profecía milenaria. Ni los mayas y su 2012, ni Nostradamus, ni nada de eso tienen que ver con esto. Simplemente sé que es el fin.
            Tampoco será por un meteorito ni por ninguna guerra nuclear. Ningún presidente apretará ningún botón rojo ni se iniciará una cuenta atrás: nadie llevará tal decisión en su conciencia. No habrá un terremoto, ni un maremoto, ninguna ola gigante se tragará Nueva York. Nada de catástrofes. No habrá tiempo para los héroes. Sencillamente, en un determinado momento de un minuto de una hora de pasado mañana, ¡plash!, se terminó. Como si alguien apagara la luz. Telón. Fundido a negro.
            Dirán que si tan convencido estoy de ello, por qué no estoy haciendo lo normal en estos casos –me pregunto qué tienen de normal estos casos-. Me refiero a eso de tratar de cumplir in extremis alguno de mis sueños, o –también típico- decirle a las personas que odio todo lo que siento (lo de desquitarnos con nuestro jefe es un ejemplo recurrente).
            Otra vía de actuación es reunirse con los seres queridos y aprovechar cada segundo que queda. Decirles lo que han significado, situación que, lógicamente, les preocuparía. Pensarían que el único que me voy a morir soy yo y habría que mentir o dar un montón de explicaciones. No.
Por último, está la opción de clavarse de rodillas en una iglesia y poner las cosas en orden. Suplicar perdón, en definitiva, y rezar, rezar mucho  –no se pierde nada-. A fin de cuentas, poco tiempo se tendrá luego para cometer nuevas faltas.
            Pero no. Yo añado a ese programa del fin de fiesta el no hacer nada, nada distinto quiero decir. De hecho, es lo que estoy haciendo. Hacer exactamente lo mismo que hago todos los días, con la excepción, claro está, de sentarme a escribirles este anuncio -¿o debería llamarlo confesión, o reflexión?- que no les pediré que me agradezcan.
            Pensarán que estoy loco y les comprendo, pero me disculparán que eso sea ya algo que me es completamente indiferente.
            Respecto al qué sucederá después, ¿después de qué? Quien se pregunte eso es que no me ha prestado atención. Es el fin. No hay un “después”. La manera exacta de cómo va a suceder o las razones las ignoro. No tengo ni idea si el espacio-tiempo se plegará sobre sí mismo, o las moléculas se desintegrarán, o eso que la Física llama “la nada” pasará de repente a ser “el todo” (o más bien sería al revés). No les puedo ayudar en eso. Entiendo también que resultará decepcionante para muchos que no vaya a celebrarse el tan anunciado Juicio Final, con sus trompetas haciendo agrietarse el suelo y las puertas del cielo abriéndose a los humildes de corazón. Aunque, bien pensado, creo que a la mayoría no le parecerá tan mal. Mejor no tentar la suerte, no fuera a ser que la Fiscalía acabara siendo más rigurosa de lo calculado.
            En resumen, this is the end. No es intuición, no es un pálpito, no se me ha aparecido nadie, no se trata de una verdad revelada. Se trata de una certeza. Lo sé, como sé que ahora es de día, como sé que estoy sentado frente al ordenador. Si mi anuncio es verdadero no habrá tiempo ni ocasión de reconocérmelo. Tranquilos, me da igual.
            Es curioso, no siento temor ni intranquilidad. Tal vez mañana me hunda, pero en este instante estoy sereno. En dos días desde hoy todo habrá terminado. El universo, y todo lo que contiene, dejará de expandirse, dejará de contraerse, dejara de hacer lo que sea que haga. Dejara de ser
            A través de mi ventana veo la cadencia programada que los semáforos suministran a los coches. Las personas se trasladan de un punto a otro siguiendo las rutas trazadas en su mapa vital. En el parquecillo unos niños están jugando al fútbol. Las porterías son montículos hechos con sus mochilas y abrigos. El más bajito de todos ha tirado desde lejos y el balón se ha metido rozando uno de los improvisados postes. Deberían ver con qué entusiasmo lo ha celebrado. Los demás niños dicen que ha sido fuera, que no ha entrado, pero desde mi ventana lo he visto todo. Ha sido gol. Ahora están discutiendo. Espero que no se lo arrebaten. Porque ha sido gol. Yo lo he visto. Ha sido gol.