domingo, 9 de junio de 2019

La serena curvatura de las rectas

Me nombraron juez de paz de una circunscripción incierta. Horizonte apacible, ríos serpenteantes y una encrucijada de estruendosos silencios.
No llevaba ni dos días y ya quedé aturdido por el bullicioso eco del paisaje, por el tenue balanceo de su nostalgia, por su observancia en adagio, de dentro a fuera, capaz de retratar en solitario un sugerente secarral sin nombres ni señales, en el que nadie había nunca reparado.
Viniendo como yo venía, del caos laberíntico del ciclón urbano, cómo no verse impresionado por la franqueza de sus luces, nacida en los ojos de sus cuevas, parcialmente atenuados por la sombra ladeada de la timidez y el ocaso.  
Era un entorno sutil pero de contundencia perceptible, de embrujo desplegado en la distancia corta, difícil de valorar sin pisar el suelo. Un ecosistema de susurro mágico, de arbustos con espíritu en su interior. De misterios aun por contar.
Como campo que era, era amplio, socorrido en superficie por un regimiento de sinónimos de la discreción y la mesura, pero bajo las piedras, se escondía una caldera en ebullición de proezas imaginadas, de términos y danzas imprevisibles e inconfesadas. Por eso no era como otros campos.
Y así es como se reafirmaron mis noches en claro, algo menos que infinitas, prolongadas en una sucesión de minutos en hilera, como hacen los caminos sin bosque. 
Será que por eso sigo aquí, seducido por la serena curvatura de las rectas, dialogando con la imaginación de los proyectos, y escondiéndolos después en el pliegue más anónimo de los secretos.