martes, 28 de diciembre de 2010

Evaluación

En una escala de 1 a 10 le di un 7 a las cerezas, casi un 8 a las ventanas de mi cuarto, un 6 a los soldaditos de mis guerras, a las ramas de mi mesa, a las tablas de mi árbol, a las ruedas de mi bici, a los dados, a los cromos de profesiones del mundo, y un 9 al chocolate con picatostes de los sábados.
Un 3 a las esquinas, un 8 a los soportales de la plaza, un 2 a las farolas de los martes, a las botellas en los bancos, a los perros enjaulados, a la ceniza gris de las cubiertas, también a las manchas sin forma del garaje. Un 7 al bulevar de San Mateo, un 4 a la cuesta de los arcos, un 1 a los treses, un 2 a los cuatros y un 6 a los notables condicionales. Un 9 a los cuadernos de septiembre, a las gomas nuevas, a los lápices con mi nombre, a los paseos con mi abuelo, un 5 a las tijeras sin punta, a los bolsillos vacíos (o con sólo una moneda de cinco), a los tigres tristes, también a los lagartos.
-          ¿Sólo un 5 a los lagartos?
-          Sí, un 5. Innegociable. Ni una décima más, pero no por su aspecto, no es por eso, es por su mirada geométrica, su visión... fracturada
-          Comprendo, comprendo. Continúa.
En una escala de 1 a 10 le di un 7 a los cristales, y otro 7 –casi un 8- a las figuras de cera que forman por azar las velas de la capilla, un 1 a las cabinas con puertas de fuelle, a los pantanos de los comics, un 4 al vendedor de letargos que hablaba por la radio con voz de jefe indio, otro 4 al arquitecto de los riscos, al santuario de cuerdas anudadas, al mimo pálido y blanco de la glorieta (porque me daba miedo), a Fernando el charcutero, que nunca me sonreía, al último de los columpios del parque, que siempre tenía un charco que ni la primavera secaba, pero un 10 a Billy Joel, que me hizo llorar dos veces en un día.
-          Disculpa, ¿has dicho antes el charcutero?
-          Sí, Fernando, era un hombre opaco, sacaba el género de la trastienda, aunque nadie cortaba la mortadela como él. Un 4 es duro, pero es justo.
-          La mortadela, por supuesto. Sigue.
En una escala de 1 a 10 le di un 5 a los gigantes, a los plátanos y a las aves de alas puntiagudas, a los belenes en diciembre, a los ríos descolgados de los hielos. Un 8 al dirigible Hindenburg, que aguantó como pudo hasta que sus átomos se hicieron chispas, también un 8 al Libro de la Selva, un 6 a los ganchos de carnicero, pero un 3 a don Alfredo, y al padre Blas, que me enseñaron gritando el catecismo y la tabla de multiplicar. Un 1 a los trenes sin vagones, a los armarios sin fondo, a las ballenas ciegas, a las bocinas, a las comidas sin postre, a las cuchillas (a las malditas cuchillas), y a los patios sin luz. No, a ésos un 0, ¿puedo dar ceros?
-          Desde luego. Supongo que podemos hacer una excepción
Pues un 0 a los patios negros como pozos sin agua, los patios en los que siempre es de noche. Y un 2... sí, un 2 a las mirillas de las puertas.
-          Son muchos números: ¿has hecho la media?
-          No, la media no
-          Suma y divide entonces, haz la media.
-          Por probar...
-          Prueba entonces, no temas... ¿cuánto sale?...
-          ... Sale un 4,9
...
...
-          Bueno, es un número, es un comienzo. Tenemos mucho que trabajar
-          ¿Le parece?
-          Por hoy es suficiente. Continuamos el viernes que viene, a la misma hora ¿Te va bien?
-          Creo que tenemos partido
-          ¿Partido? ¿Y contra quién jugáis?
-          Contra los tarados del Pabellón C. Pan comido
-          No subestimes a nadie
-          Lo sé, lo sé. Además, como son pocos, dos funcionarios juegan con ellos. Aun así están acabados
-          Seguro. Lo dejamos entonces a las 19:30. Así podrás jugar tu partido.
-          ¿Y por dónde empezamos?
-          Por el 4,9, claro está. Por el 4,9.

2 comentarios:

  1. ¿Evaluación? La cabra tira al monte.

    Si fueras un poco más viejo habrías calificado con un 10 a las rayas reflectantes que se pintan en los bordes de las carreteras. Los de las carreteras pueblerinas.

    Con ese 10, la nota media sería más alta.

    A mí se me ha olvidado calificar. Pero todavía sé lo que me gusta. Ete cuento me gusta.

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  2. A veces, registrarlo todo, evaluarlo, atar cada pedazo con pequeños cordelitos que tiran hacia uno se convierte en un ejercicio difícil, cansado, innecesario. Otras, las menos, y por ello celebradas, queda un cuento redondo. Como este. Un saludo Raúl.

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