miércoles, 16 de marzo de 2011

"Bien"

       Preguntó una vez un emisario del viento:
      ¿Hay algo más triste que ver a un niño solo en el patio de un colegio, rodeado del aire, sentado o de pié, mirando los juegos y los corros de sus semejantes?
      Mirar un partido desde la línea, devolver un balón perdido, no tener –por no tener- ni siquiera un mote, ser de vidrio, seguir al silencio y que el silencio te siga, sentir lo mismo en el segundo timbre que en el primero, no cambiar cromos, no gritar ¡gol!, no gritar casi, no gritar nada.
      ¿Hay algo más triste que dedicar el recreo a observar sin ser observado, a caminar sin ir, a andar sin venir, a esperar sin ser esperado?
      No hablar, no discutir, ser evitado, eludido, no opinar contra nada ni nadie, no pensar mucho, no recibir collejas tras un corte de pelo. No llorar, no reír –o reír muy poco-. Responder siempre “bien” al “¿qué tal en el cole?”, y otro “bien” más al “¿seguro?”.
      ¿Hay algo más triste que los minutos del ocio duren lo mismo que los de la clase, o no recibir pisotones en las zapatillas nuevas?
       No comprar regalos de cumpleaños, no estar en una lista, no comer patatas ni gusanitos después de la piñata, no aplaudir después de que Jéssica sople las velas, no abandonar la tarta seca de chocolate malo en un plato de plástico para lanzarse al lío, no escuchar “¡no hagáis el bruto, que os vais a matar!”, no salir sudoroso y aturdido de casa de Gorka, no romper pantalones, no olvidarse el estuche en casa de Adri, no ser “de la banda”, no hablar de la pandi.
       ¿Hay algo más triste que no caer mal, o que no caer bien, o que no caer ni bien ni mal?
      ¿Hay algo más triste que no se chiven de uno, que no tener de qué chivarse, que “ser muy buenín”?
       ¿Hay algo más triste que no soñar con los viernes?
      Jaime es muy tímido, dice el tutor. Luis Ángel parece un poco raro, dice la de Ciencias. Terminar el bocata antes que ninguno, beberse el zumo en cuarenta segundos.
      ¿Hay algo más triste?, insiste el mensajero del viento.
      Y sí, dice alguien. Existe algo más triste.
      Otro niño, en la otra esquina del patio, solo, también solo, de su misma edad, de su mismo curso, mirando el partido, sin pisar el borde, con el silencio pegado. Y los dos se ven, con aire en el medio. Ese pobre, qué solo está, piensa el uno del otro. Pobre diablo, piensa el otro del uno. Y pasan los meses, y suenan los timbres, y siguen igual.
      ¿Qué tal en el cole?, pregunta la madre, te traje un batido, de esos que te gustan. Y el niño lo coge, lo bebe, y mira hacia el otro, que se pone el abrigo. ¿Qué tal en el cole? Te traje donetes, cómelos despacio. Y responden a coro, cada uno a su madre, un coro sin eco, despachando el tema –telegráfico-: “bien”. Como hicieron ayer, que fue lunes, como harán mañana, que será ya viernes.