En una escala de 1 a 10 le di un 7 a las cerezas, casi un 8 a las ventanas de mi cuarto, un 6 a los soldaditos de mis guerras, a las ramas de mi mesa, a las tablas de mi árbol, a las ruedas de mi bici, a los dados, a los cromos de profesiones del mundo, y un 9 al chocolate con picatostes de los sábados.
Un 3 a las esquinas, un 8 a los soportales de la plaza, un 2 a las farolas de los martes, a las botellas en los bancos, a los perros enjaulados, a la ceniza gris de las cubiertas, también a las manchas sin forma del garaje. Un 7 al bulevar de San Mateo, un 4 a la cuesta de los arcos, un 1 a los treses, un 2 a los cuatros y un 6 a los notables condicionales. Un 9 a los cuadernos de septiembre, a las gomas nuevas, a los lápices con mi nombre, a los paseos con mi abuelo, un 5 a las tijeras sin punta, a los bolsillos vacíos (o con sólo una moneda de cinco), a los tigres tristes, también a los lagartos.
- ¿Sólo un 5 a los lagartos?
- Sí, un 5. Innegociable. Ni una décima más, pero no por su aspecto, no es por eso, es por su mirada geométrica, su visión... fracturada
- Comprendo, comprendo. Continúa.
En una escala de 1 a 10 le di un 7 a los cristales, y otro 7 –casi un 8- a las figuras de cera que forman por azar las velas de la capilla, un 1 a las cabinas con puertas de fuelle, a los pantanos de los comics, un 4 al vendedor de letargos que hablaba por la radio con voz de jefe indio, otro 4 al arquitecto de los riscos, al santuario de cuerdas anudadas, al mimo pálido y blanco de la glorieta (porque me daba miedo), a Fernando el charcutero, que nunca me sonreía, al último de los columpios del parque, que siempre tenía un charco que ni la primavera secaba, pero un 10 a Billy Joel, que me hizo llorar dos veces en un día.
- Disculpa, ¿has dicho antes el charcutero?
- Sí, Fernando, era un hombre opaco, sacaba el género de la trastienda, aunque nadie cortaba la mortadela como él. Un 4 es duro, pero es justo.
- La mortadela, por supuesto. Sigue.
En una escala de 1 a 10 le di un 5 a los gigantes, a los plátanos y a las aves de alas puntiagudas, a los belenes en diciembre, a los ríos descolgados de los hielos. Un 8 al dirigible Hindenburg, que aguantó como pudo hasta que sus átomos se hicieron chispas, también un 8 al Libro de la Selva , un 6 a los ganchos de carnicero, pero un 3 a don Alfredo, y al padre Blas, que me enseñaron gritando el catecismo y la tabla de multiplicar. Un 1 a los trenes sin vagones, a los armarios sin fondo, a las ballenas ciegas, a las bocinas, a las comidas sin postre, a las cuchillas (a las malditas cuchillas), y a los patios sin luz. No, a ésos un 0, ¿puedo dar ceros?
- Desde luego. Supongo que podemos hacer una excepción
Pues un 0 a los patios negros como pozos sin agua, los patios en los que siempre es de noche. Y un 2... sí, un 2 a las mirillas de las puertas.
- Son muchos números: ¿has hecho la media?
- No, la media no
- Suma y divide entonces, haz la media.
- Por probar...
- Prueba entonces, no temas... ¿cuánto sale?...
- ... Sale un 4,9
...
...
- Bueno, es un número, es un comienzo. Tenemos mucho que trabajar
- ¿Le parece?
- Por hoy es suficiente. Continuamos el viernes que viene, a la misma hora ¿Te va bien?
- Creo que tenemos partido
- ¿Partido? ¿Y contra quién jugáis?
- Contra los tarados del Pabellón C. Pan comido
- No subestimes a nadie
- Lo sé, lo sé. Además, como son pocos, dos funcionarios juegan con ellos. Aun así están acabados
- Seguro. Lo dejamos entonces a las 19:30. Así podrás jugar tu partido.
- ¿Y por dónde empezamos?
- Por el 4,9, claro está. Por el 4,9.