Nunca
entendí por qué me encerraron en una celda tan grande. De hecho, con
dimensiones tan descomunales, me cuesta llamarlo celda. Pero ellos así lo
llamaron. “Te encerraremos en una celda” me dijeron. Y me trajeron aquí.
De
haber tenido un techo alto con claraboyas, diría que se trata de algún tipo de
nave industrial. Una nave pensada para una sola persona. O tal vez adaptada
para tal fin. Una nave para destruir en vez de para fabricar. Para deshacer,
para descomponer. En este caso para destruir al individuo.
Pero
no, el techo no es elevado, al menos no para un espacio tan amplio. Podría
pensar que en su origen había tabiques que dividían este enorme espacio en
habitaciones, en departamentos, o en más celdas, cientos de ellas. Pero ni en
el suelo ni en los muros se aprecian señales que lleven a pensar eso. No hay
marcas. La sensación es que fue construida así. De un solo trazo sobre el
plano.
Sin
poseer, como es mi caso, conocimientos profundos de arquitectura, me llama la
atención que en tan gigantesco espacio no hay columna ni pilar alguno. Me pregunto
cómo podrá sujetarse una cubierta así, tan grande como el suelo. Ni aun sin
tener encima el peso de otro piso, una superficie adintelada como esta debería
al menos combarse por el centro, su punto más crítico. Pero eso no ocurre. Su
horizontalidad es fiel, una réplica paralela del suelo, manifiestamente rígido
y recto.
Especulo
con la idea de que toda esta techumbre esté sujeta desde arriba, con brazos a
la manera de arbotantes, como una grúa. Pero no llego a imaginar entonces sobre
qué puntos de apoyo sobrevivirían estos a la innegociable tiranía de la
gravedad.
En
mi cabeza he dibujado una pirámide hueca, cuyo interior se compone de cientos
de columnas nacidas de los muros laterales y oblicuos, sobre las que cuelga
este fabuloso techo que domina mi vida. Lo habrán visto seguro en los techos de
escayola, colgados de las vigas superiores. Sin embargo, de ser así, esa
pirámide debería ser inimaginablemente grande y pesada, y de nuevo,
inexplicable sin puntos de descarga interior.
Hace
tiempo desarrollé una teoría alternativa, audaz, extraña. Pensé que en realidad
este espacio era el resultado de un truco visual creado por espejos. Pero
caminando por el perímetro completo pude constatar que no es así. Los muros son
duros y opacos. Son reales. De color blanco, casi igual que el suelo, cuyo tono
es algo más oscuro. De ser del mismo color perdería la noción del espacio al no
diferenciar el suelo del muro, ni el muro del techo. Aquella comprobación me
dio además una idea sobre las dimensiones y forma de mi celda. Confirmé que se
trataba de un cuadrado perfecto de aproximadamente 266 metros de lado.
Otro
misterio es la luz. El techo es un espacio completo y uniforme de un material
traslúcido, que se ilumina y se apaga regularmente de luz blanca. Por mis
ciclos de sueño y los momentos en que me acercan la comida a una de las
esquinas, he llegado a intuir que los periodos de luz tienen una relación de
2/3 con respecto a los de oscuridad total. Y que la suma de los tres debe
corresponderse con la duración de un día de 24 horas. Así, 16 horas son de luz,
y 8 de oscuridad, cíclicamente.
Me sirven la comida poco después de
encender las luces y aproximadamente una hora antes de apagarlas. Es una
alimentación suficiente y adecuada, dadas las circunstancias. Para evitar problemas
con tan regular cadencia alimentaria, procuro estar cerca de la puerta en esos
momentos. Además, es en las proximidades de esa puerta –la única puerta- donde paso
la mayor parte del día, allí tengo la cama, el retrete, un lavabo y una ducha,
siempre con agua potable. También tengo una mesa y dos sillas. Me pregunto por
qué dos sillas, si estoy completamente solo. Más misterios.
Mi ropa se compone de un pantalón y
una camiseta de manga corta, ambas prendas blancas. De no ser por el tono más
oscuro de mi cuerpo me fundiría literalmente con el fondo. Para un espectador
externo formaría parte de mi celda. Dispongo de calzado básico y elementos de
aseo. No siento frío ni calor en ningún momento, lo que me lleva a pensar que
la temperatura es de 20 grados aproximadamente. ¿Cómo logran mantener esta
temperatura constante? Es el enésimo enigma de mi cautiverio. No hay ranuras
visibles, ni radiadores, no hay corrientes de aire. El aire es limpio pero no proviene
de ningún sitio que yo pueda ver. La puerta da a un espacio cerrado y angosto, y
esta sólo se abre para dejarme la comida, y ahí debo depositar la bandeja al
terminar. El funcionamiento es similar al de los tornos en un convento de
clausura. De este modo no tengo contacto de ningún tipo con ninguno de mis
carceleros.
Pero los misterios no terminan aquí.
Si hablo en alto para pedir algo, alguien en algún sitio me escucha. En
ocasiones he pedido libros y me los han dejado junto a la comida. Son novelas de
Julio Verne, de Emilio Salgari, de ese estilo. Todo aventuras, siempre ficción.
Una vez me dejaron una versión en cómic de la Biblia, pero el texto estaba en
polaco o algo parecido. Me entretuvo mirar los dibujos. Muchas son historias
muy conocidas que no necesitan texto. Una vez pedí escuchar música y comenzó a
sonar a los pocos segundos. Era música clásica. Básicamente relajante, aunque
una parte me sonaba mucho, creo que de alguna película. Era más animada, como
para ilustrar una batalla o algo así. ¿De dónde emanaban los sonidos? No lo sé.
Ya habrán adivinado que no hay altavoces a la vista, ni cámaras, ni micrófonos.
No tengo la menor duda de que de seguir
así, no tardaré en volverme loco. Puede que ya lo esté. La percepción sensorial
necesita estímulos variados, comparables, referencias. Y mi margen es mínimo. Camino
a diario por el perímetro de mi enorme celda, a veces me da por correr, incluso
gritar. Soy dueño de un espacio inmenso que no puedo abandonar. Repetitivo.
Predecible. A veces pienso que puedo moverme más que muchas personas libres. Pero
al final, siempre me encuentro con un muro. Con cuatro muros y un techo
inmenso.
He pensado incluso que pudiera estar
siendo usado como cobaya de algún tipo de experimento sobre el aislamiento, o
sobre las consecuencias de perder las referencias espaciales y temporales sin
recurrir a la tortura. Quién sabe.
Otra opción, que no descarto, es
que, en realidad, esté muerto. O más bien, en el tránsito hacia la muerte. Que
esto sea un estado intermedio entre la existencia y la desaparición. Que la
laguna de la que nos hablaban los clásicos era finalmente una celda
inabarcable.
No lo sé. No sé casi nada.
Mi
única certeza es que mi delito fue grave. Lo asumo. Soy culpable. Y sé que mi
reclusión es justa. Pero no entiendo por qué demonios esta debe ser en una
celda tan grande.