domingo, 26 de marzo de 2017

Tan cerca, tan lejos

Como Aquiles tras la tortuga, dediqué no pocas unidades de mi vida a correr hacia la luz de una cifra inalcanzable. Más cerca, más cerca, pensaba con cada paso, pero las distancias progresivamente más cortas abrían espacios de entrañas infinitas, engañosos a la vista, inapelables para el tribunal de límites.
Cómo fracasar –me decía- en un viaje repleto de avances periódicos y regulares. Indudables. Patentes. Demostrables. Reflejados a tinta en la notaría de las intenciones positivas.
Cómo desentenderse del empuje moral que supone ver acercarse el objetivo, como el proyectil ve la diana, en cada cumbre acordada de los juegos rituales.
A quienes me acusaran de ingenuidad manifiesta o ausencia de previsión práctica (faltas ambas muy castigadas hasta en el más benevolente de los códigos), les diría que me pudo la ambición -qué sé yo-. O tal vez fueron las ansias incrustadas en los genes de los hombres desde los tiempos en que la vida plena no era sino una sucesión de conquistas. Tan cerca, tan cerca, me decía, espoleado por la evidencia de los progresos, por el optimismo sonriente de los cálculos, sin advertir que la curvatura de la función falseaba milímetro a milímetro la victoria con más y más aplazamientos.
Del objetivo mismo salieron voces que me hablaron de falta de sincronización de tiempos, de ondulaciones no coincidentes en sus máximos y mínimos, de pendientes opuestas y de n circunstancias en un espacio de n+1 variables. Es complicado –me decían-, y lo sabes. Hasta una vez me acusaron de no perseverar, de confundir la velocidad con el destino, de distraerme en funciones derivadas, de perderme en un mar de estructuras fractales dejando pasar el tiempo como si fuera un bien retornable. Hasta de perder interés.
No lo sé. Lo cierto es que estoy en algún lugar situado entre dos puntos que se mueven cuando yo me muevo, obligado a vagar sin un vector definido por el borde más desaprensivo de las incertidumbres. Tan lejos, tan lejos…Todo es más oscuro que  antes, eso es evidente. Cada vez que me aproximo a la luna, la luna se aleja un poco. Pero puedo jurarles –me crean o no- que si me detengo por un momento a reflexionar o a tomar aire, siento entonces que la luna se acerca a susurrarme: ¿abandonas?

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