martes, 24 de enero de 2017

Demonios breves

Hace ya muchos años que guardo un odio visceral a los demonios.
Demonios bruscos, repentinos.
Demonios agraviantes, vejatorios, injustos.
Demonios lúcidos.
Demonios espiados, detenidos, procesados, ¡culpables! Pero absueltos finalmente por falta de pruebas.
Demonios sin programa de reinserción, sin arte ni parte, sin diagnóstico clínico concluyente ni tratamiento alguno.
Demonios tristes, emanados de una laguna opaca de aguas sin oxígeno en sus entrañas, sin bordes ni orillas por las que pasear con un perro y arrojar piedras horizontales.
Demonios enteros
Demonios fabricados con bronce fundido a fuego negro. Golpeados luego con el martillo del azar y bruñidos con mimo elástico por el silencio de las indisciplinas.
Demonios secos
Demonios breves pero eficaces, eficientes, expeditivos. Demonios de mandíbulas diagonales y ojos siempre impares, aleatorios, como bolas de billar desparramadas por una pista de patinaje.
Y es un odio sereno, no hirviente, sin las cicatrices caóticas del legado violento.
Un odio calculado, curvo, no apasionado.
Un odio helado.
Hace ya muchos años que les guardo ese odio.  
Muchos años.
Demasiados.


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