sábado, 23 de octubre de 2021

El castillo de las puertas cerradas

 


Por alguna extraña razón, que se me escapa, las estancias acordaron adoptar las trazas más severas de la confidencialidad. Sellar los trayectos que dan vida a la luz entrometida, y cortar toda comunicación con los sonidos descendidos de las almenas.  

Por alguna singular razón, del todo inaccesible para mí, los umbrales fueron desde entonces una solemne continuación de los muros persistentes, hasta el punto de que ni el más refinado de los tactos, era capaz de discernir el punto exacto en que nacía una puerta o moría la frontera cincelada de las piedras.  

Por alguna misteriosa razón, que desconozco, los espacios soberanos del castillo no dudaron en conceder al hermetismo el honorable privilegio de los altares, mayorazgo conciliar sin posibilidad de réplica, para así desterrar, más allá de los fosos y los puentes levadizos, a las milicias intenciones de imprecisa vocación y oscuros retos.  

Pero entonces, por alguna razón que se me escapa, llegó un viento insospechado, imprevisible generador de desconciertos, cruzó el foso sin violentar la empalizada, y rodeó la barbacana con un millón de razones intuidas. Entró en el patio con sus huestes y liberó las cerraduras de la dictadura de sus llaves, fundió el hielo de las bóvedas y las capillas, y regaló al corredor una sonrisa acaudalada.

 


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