lunes, 20 de junio de 2022

Velas



    Buscó esconderse en el habitáculo más desocupado de la memoria, pero, como si de un sótano anegado por las aguas de un manantial cercano se tratase, no encontró espacio vacío donde reposar la conciencia y ahuyentarla del perseverante torbellino de recuerdos.

    Buscó entonces distraer sus monográficas meditaciones atándolas a alguna colmena de sonidos, para que las músicas acariciaran sus bordes hasta derretirlos, igual que hacen las llamas tenues con la cera de los candelabros, o con las velas abarrotadas de horas que acarician las mesas de ciertas tabernas. Pensó incluso en subirlas a las alas de una congregación de melodías, de esas que surcan las bóvedas de nuestros ojos grises para socorrernos en los días que no acertamos a salir de los pozos. Pero no hubo forma.

    Sin dejarse vencer, recurrió a la taumaturgia de los libros, con la idea -tal vez ingenua- de esconder su alma entre los personajes de sus páginas, y desaparecer en el anonimato de los colectivos literarios, al menos hasta que amainara la tormenta de perseverancias. No funcionó.

    Por alguna razón, sus pensamientos se enredaron aún más recordando los párrafos desplegados de las fantasías clásicas, relatos que alguien le mostró una vez insuflándoles aire al extraerlos de los rigores estáticos de una estantería. Las terroríficas y envolventes noches del Conde Drácula, los dilemas morales y curvos del Dr. Frankenstein y su criatura monstruosa, o las hipnóticas crónicas de la virgen Scheherazade que -según cuentan- llegaron a desvelar a un sultán asesino alguna más de mil noches...

    Vencido por los hechos consumados, decidió entregarse a la persistencia de la retina y asumió el relato de la memoria como un mensaje que le regalaba el presente. Y sería el tiempo, y solo el tiempo, quien dictaminara la duración y validez de aquel embrujo. Tal vez -quién sabe- se tratase de un material más firme que los torbellinos de recuerdos, que las perseverantes tormentas, un material casi tan sólido como la cera de esas velas abarrotadas de horas, que acarician con su luz las mesas escondidas de ciertas tabernas.  


 

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