Mirando
ahora de cerca
las
aguas que pasan bajo mi puente
descubro
con predecible asombro
que
son menos caudalosas de lo que imaginé.
(aunque,
eso sí,
algo
más turbias)
Observo
que en ellas
(para
mi sorpresa)
navegan
aún, heroicamente,
barquitos
de papel que hice de niño
con
mis manos confundidas de proyectos,
y
que di por irremediablemente hundidos,
tras
singular batalla
contra
los bien armados galeones
de
la ambigua adolescencia.
Ni
me atrevo a imaginar
qué
otras corrientes
habrán
de seguir erosionando
mi
caudal,
ya
de por sí cansado.
Ni
quiero tampoco
describir
los restos
de
naufragios ya asumidos,
alejándose,
como
hacen las cigüeñas
o
los templos tristes,
cuando
dejan de sentir el aliento
de
su utilidad y sus razones,
y
ningún espacio,
por
apacible que parezca,
sea
digno de llevar el nombre de
un
lugar donde quedarse.