martes, 13 de marzo de 2012

El mal de Leandro

A mi amigo Leandro le fue siempre imposible llegar a ser infiel a sus parejas, ya que sus ojos tenían la rara propiedad de reflejar, con cristalina nitidez, el rostro de las mujeres a las que deseaba.
Fue consciente de ello por primera vez con Celia, su primera novia, cuando una tarde, sentados en un Burger del Paseo de la Habana, ella le dijo: creo que es mejor que lo dejemos, cuando te miro a los ojos no puedo dejar de ver la cara de Sara del Hoyo, está claro que la prefieres a ella que a mí.
Leandro no pudo entender entonces cómo Celia había podido enterarse de su debilidad por Sara, un sentimiento juvenil y pasajero del que no había hablado con nadie. Pero cuando, meses más tarde, empezó a salir con Claudia y ella le decía que en sus ojos no paraba de ver las caras de Sandra Bullock o Nicole Kidman, Leandro comprendió que algo muy extraño le estaba sucediendo. Al poco tiempo ella le dejó, naturalmente, como hicieron después Paloma, Marina o Alejandra, hartas todas de que la imagen de otras chicas se interpusiera en el más sencillo juego de miradas.
La vida sentimental de Leandro estuvo así marcada por la caducidad que la incontenible transparencia de sus ojos le imponía. Consideraba una auténtica maldición que sus deseos más primarios carecieran de la privacidad a la que cualquier ser humano tenía derecho.
Se le ocurrió en algunos casos fingir cuadros de fotofobia repentina para acudir a las citas con gafas negras, pero, al margen de lo ridículo de la situación, sus futuras ex-novias le pedían que se las quitara apenas se escondía el sol y a partir de entonces, que sus ojos mostrasen sin pudor el semblante de sus apetitos era cuestión de días. Alguna incluso, como Susana Rabanal, lo plantó allí mismo, a media tarde. Oye, guapo, si hubiera querido salir con los Men in Black me hubiera vestido de marciana –le dijo cogiendo el bolso de la silla.  
Hace unos días me encontré con Leandro. Fue ahí cuando me contó su inverosímil padecimiento. Yo, llamado por la curiosidad, me fijé con atención en sus pupilas, pero no vi nada, y mucho menos a ninguna chica deseable.
- Sólo lo ven las mujeres, ¿te lo puedes creer?, ni siquiera yo mismo veo nada cuando me miro al espejo.
- Ah, pero espera; entonces tal vez no sea cierto. Las chicas se lo inventan.
- No, Raúl, claro que ven. Si son caras que conocen me dan los nombres exactos, sin yo haberlas mencionado antes. Sí ven, sí. Están ahí. Y en cuanto se dan cuenta se ofenden y se terminó.
- Y bueno, es lógico. ¿Y qué vas a hacer?
- Nada, aguantarme, supongo. Esta tarde he quedado con una chica que conocí en la Biblioteca, pero no creo que sobreviva a esta noche. Antes de cenar quiere que vayamos a ver la última película de Scarlett Johansson.
- ¿La Johansson?... bueno, no sé, hay quien dice que esa chica no es para tanto.
- ¿Eso dicen? ¿Y quien dice eso es hombre o mujer?
- ... en fin, Leandro, qué puedo decirte. Que tengáis suerte, los dos. Y si no, al menos, disfrutad de la película.

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