Me ofrecieron la regencia de mil estrellas en la
costelación de Hydra, pero rechacé la púrpura imperial por razones
fundamentalmente logísticas: necesitaría 250.ooo vidas para que la luz que está
saliendo ahora de su astro más cercano llegara, reposadamente, ante mis ojos.
Me tentaron con la idea de gobernar con un poder
absoluto en un espacio de dimensiones extrasensoriales, 3% de la bóveda celeste
y cuyo pasado profundo es visible desde ambos hemisferios. Pero necesitaría más
de mil palabras, tan solo para nombrar cada una de mis provincias, y otras
tantas para otorgarles capitales y prefecturas. También me desanimó la más que probable
ausencia de súbditos a quienes liderar.
Me llamaron entonces para ofrecerme la presidencia
de una estrella binaria, una república de átomos de helio, ubicada en un
discreto brazo de la estructura de Halo, asentada ya en nuestra misma galaxia. La
gestión de tan singular dominio me daría -sin duda- prestigio y solvencia vital
ante mis semejantes, pero su naturaleza se me antojaba oscura, incomprensible,
dispersa, y decliné de nuevo el encargo.
En un último intento por seducir mi vocación
rectora, me invitaron entonces a ser coadministrador de un planeta intermedio,
con valles profundos y tormentas casi permanentes, situado tras el solemne
ábside del Cinturón de Kuiper. Mis funciones responderían a una suerte de
protectorado en el que mis decisiones deberían ser, en todo caso, consensuadas con
el poder local. A su favor, la cercanía y la cautivadora vivencia de modificar
cosas que se pueden ver ahora, y no dentro de mil siglos. En su contra, el
miedo a equivocar mi destino nuevamente.
Accedí.
Por delante me esperan ceremonias, firmas, protocolos
y tomas de posesión en una esfera de color rojizo de la que apenas sé el nombre.
En mi futuro inmediato me aguardan una gobernanza imprevisible, insospechadas formas
de dialogar con la existencia y un nuevo balcón palaciego desde el que contemplar
las un poco más cercanas mil estrellas que en su día rechacé, y para las que
hubiera necesitado mil palabras que ya nunca llegaré a pronunciar.
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