jueves, 24 de diciembre de 2020

Conticinio

 

Sin tiempo ni espacio para hacer hervir las moléculas de los relojes, la luz de las bombillas apagadas se refugió nuevamente en los tejados.

Sin tiempo ni espacio para que la voz preponderante de los niños pudiera resucitar en los parques y los pasillos, la luz intermitente de sus almas se recogió nuevamente en un libro de sueños enigmáticos.

Sin tiempo ni espacio para que una docena de meditaciones inconexas treparan por las paredes perpendiculares de la vigilia, la luz de las botellas apiladas se contrajo nuevamente hasta formar un sótano de vanidades.

Sin tiempo ni espacio para percibir los ecos de la nada… el silencio tomó el relevo de la vorágine y arrojó su manta enmudecida sobre las almas inmóviles de los locuaces.

Pero bajo el abrigo paralizante de los tejados oscuros, los libros de los sueños, los sótanos vanidosos y las almas detenidas, un rumor maldito, singular y permanente, golpea innegociable el tiempo y el espacio de unos oídos agotados.

Un canto disfónico de sirenas escondidas, que por ser interior y secreto, en nada altera el conticinio oficial de las noches reincidentes.


domingo, 15 de noviembre de 2020

Canción de la niña y el agua

 


Niña del agua

Niña del agua

¿Quién te dio ese cántaro

sin decir tu nombre?

Niña del agua

sin darte consignas

ni enseñarte el camino

para ir a la fuente

y llenar de agua

su espacio y su vientre.

Niña del agua

Sola por el campo

entre negros pozos

preguntándole al viento

si vendrá la muerte

antes de llegar al caño

donde abastecerte.

Niña del agua

En un claro del bosque

la muerte te vio

sola con tu cántaro

sola y sin el agua

Y la muerte te dijo:

yo te llevaré

y tendrás tu agua

pero yo mañana

despuntando el alba

tocaré la mano

de quien te dio el cántaro

sin darte consignas

ni decir tu nombre

Niña del agua

Niña del agua

lunes, 17 de agosto de 2020

Aguas inquietas

 


Cuentan que la oportunidad llegó sin avisos ni prólogos premeditados, precedida tan solo por el relato pragmático y silencioso de la necesidad. Debió ser en la antesala rara del más raro de los veranos, el de aquel año en que nada, o casi nada, fue capaz de transcribir sin errores la palabra normalidad.

Tal vez, fue por eso que la oportunidad se deslizara entre las mesas de los despachos de la gran pirámide institucional hasta caer en las manos adecuadas y, empujada por voces apropiadas, se acercara a la flota de iniciativas e ilusiones guardadas para decirle al oído, como a Lázaro: “levántate y anda”

Los cronistas contarán entonces que el hechizo de la responsabilidad obró su magia, y en un abrir y cerrar de ojos, los recursos elegidos se encontraron desfilando todos en el mismo sentido. Fue todo lo fácil que las dificultades dejaron.

Tras la batalla con las incertidumbres, de nuevo el mar ganó su posición en el horizonte de los premios para conceder el merecido reposo al guerrero. Un reposo relativo pero suficiente, vigilado tan solo por el poder ambivalente de la posibilidad. Por las dos caras que dejan ver las aguas inquietas cuando transitan entre la calma y la tormenta. Por ese dilema latente que, situados ya en la orilla de las cosas, nos anuncia en la libreta de nuestra propia voz: “va a ocurrir”.  

 


sábado, 2 de mayo de 2020

El sutil pálpito de los proyectos


Renacida del caos tumultuoso de la oportunidad, sus nuevos cálculos vitales dieron resultados complejos. Era -no cabe duda- la misma persona que fue, seducida por sonidos y poemas de cientos de años, acompañada al tiempo de libros con palabras no tan ancianas, pero rodeada siempre de miles de imágenes presentes, traídas por el aire, dispuestas tecnológicamente en un asimétrico abanico de capítulos.
De arrebatadora discreción, era la cima más visible de una cordillera ya de por sí elevada por la propia naturaleza del espectáculo. Singularmente dibujada, rechazaba las propuestas innecesarias con la elegante reverberación que produce el suave eco en los desfiladeros. Requerida asiduamente por la racionalidad de los ateneos y la academia, gustaba de enseñar el cuchillo para luego usar solo el bisturí, ganándose el respeto de las audiencias, que una vez doblegadas, quedaban encogidas en el arcón del silencio.
Crítica de la razón crítica. Hoy toca la guerra, mañana será el arte. Las certezas son de madera, y no de mármol. Ninguna roca resiste la embestida del canto, los puristas son falsos profetas y la retina nos enseña que los andares pueden ser más convincentes que los gestos.
Era, ya se ha dicho, la misma persona. Reinventada en el sutil pálpito de sus proyectos, defendiendo que el sol con su luz es la mejor de las patrias, aunque a veces, ya en secreto, citaba al poeta murmurando: ay, “si no fuera por la lluvia…”

jueves, 30 de abril de 2020

Disparando al sol


Armado con munición para abatir a un millón de segundos, el hombre sin significado se adentró en la colmena de los razonamientos.  
La reina dio orden de dejarlo pasar y fue recibido en el salón del trono, como si de un emisario del porvenir incierto se tratase.
Ella le preguntó por su actividad furtiva, por sus idas y venidas por los mapas esféricos de los propósitos, por su violencia extrema hacia cosas que carecían de importancia, por su ensañamiento con los espacios vacíos que nadie reivindicaba. Un comportamiento inusual e incomprensible que solo podía desgastarlo.
El hombre sin significado permaneció inmóvil, silencioso, como buscando palabras que nunca llegaría a pronunciar. Por fin, se animó a hablar y explicó acompañándose de todo tipo de gestos, su aversión hacia los huecos que se abren entre los objetos, entre las ideas y sus bocetos. Relató cómo desde niño sufrió vértigos al contemplar la discontinuidad que condena a las cosas a delimitarse.
La reina meditó seriamente sobre la posibilidad de que aquel hombrecillo sin significado estuviera completamente loco, pero cada vez que terminaba una frase, la cordura emergía entre las sílabas como por arte de magia y su discurso recobraba el semblante eminente y sólido de las catedrales.
Sin más preguntas que hacerle, el invitado fue liberado y escoltado hasta la cúspide inaccesible de los delirios, un lugar casi sagrado que -se dice- es la cuna de todos los síntomas.
Desde allí el hombre sin significado levantó de nuevo su absurda escopeta y prosiguió disparando al sol, como le gustaba hacer en días nublados. Esos días que, no degenerando en lluvia, sí dejan escapar el murmullo incandescente de la extravagancia.


sábado, 25 de abril de 2020

Resistencia



- ¿Qué tal fue la guerra?
- No fue mal - respondió el general, estirándose el uniforme -. Quedamos los segundos.


miércoles, 25 de marzo de 2020

Domingos raros



… y ahora cada día es igual que el anterior
días inmóviles
días sin proyecto
unidos en moléculas inertes
agotados de inacción, acusados y condenados por silencio flagrante
exhaustos de repeticiones, acólitos de una aleatoriedad dormida
apagados
días con el tiempo a cuestas
atestados de horas largas que devoran los relojes
liquidados por un escuadrón de noticias reincidentes
días predecibles
días gemelos, casi idénticos, feos
que no suman
solo restan
días extraños
engullidores voraces de futuros cercanos
sembradores de dudas
cultivadores de vértigos y angustias
días hermanados por un perfil extravagante
días apellidados cero
grises y secos
como aquellos domingos raros de mi infancia
que parecían noches desde por la mañana
irrelevantes e irreverentes
días neutros
que nacían como si estuvieran muertos
y desaparecían luego dejándonos otro día igual


* Cuadro de Håkon Gullvåg

sábado, 8 de febrero de 2020

Runrún


Después de algunos años de guarecer los lindes, de vigilar las puertas, de circunnavegar los tramos más breves del espacio, sonó de nuevo el sonido aflautado de los acantilados. La trova martirizada de un reloj de arena que siempre se voltea solo. 
Después de algunos años -no muchos, tampoco pocos- de rodear esos poliedros irregulares que apenas salen en las cartas de navegación, el horizonte dio a luz enfurecidos regimientos de preguntas, alienados y prestos para la solemne batalla de las curiosidades.
Será -supongo- el dilema recurrente y espontáneo de las ánimas litigantes. El germen necesario para asumir -guste o no guste- una teoría del todo que apenas da respuesta a seis años de catecismos.
Y es ahí, justo ahí, cuando nace, como la fuerza mayor que doblega el estado de necesidad, el persistente runrún que se niega a desaparecer. Atado a su origen, como el eco al grito del pastor en el desfiladero. Condenado a perseguirse. Llamado a perpetuarse.

martes, 21 de enero de 2020

Setenta veces siete



Setecientos escalones más al sur del quirófano donde me extirparon el miedo, me detuve a descansar del ruido incesante que produce el silencio plegado sobre sí mismo. Apoyado sobre un saliente anecdótico del muro, permanecí quieto, casi estático, con el fin de no incomodar a las calladas piedras y sus penínsulas.
Para cuando empezó la arrebatada coreografía de sombras y discrepancias que, como el canto de los condenados, apenas se siente si no estás próximo, yo ya estaba nuevamente en camino, apretando el paso, con la vista puesta en los primeros milímetros del futuro.
Así es cómo me encontré con ellas, una cuerda de almas, atadas unas a otras por la cintura, para evitar que alguna se desplomara hacia el abismo de la virtud y hubiera entonces que sacarla de la fila y recomponer toda la catenaria de desahucios.
Miles de veces escuché hablar de aquel exilio uniformado de rostros rotos, de esa peregrinación hacia el infierno a la que se puede uno sumar pero nunca restar. Leyendas de creyentes – pensé -, chifladuras de chamanes y clérigos interesados. Pero apenas me acerqué, la columna aminoró su paso para hacerme un hueco mientras una mano fría me anudaba la cuerda como una mecha al explosivo. Nadie se interesó por mis causas ni mis culpas. Nadie me preguntó por mi proceso. Cada uno rumiaba lo suyo sin poder escupir ya nada.
¿Y el perdón? – pregunté yo- ¿no existe entonces?
Silencio.
¿Y el perdón? – pregunté de nuevo
Alguien desde atrás lanzó su voz contra mí, como repitiendo un estribillo memorizado a golpes:
Podrás compensar tus errores con acciones. Tiempo habrá. Tiempo tendrás.
¿Y qué tiempo es ese? ¿son días, semanas, meses? ¿No serán los siete años que anunciaron los libros sagrados?
No lo son – dijo la voz-, son setenta veces siete.



martes, 14 de enero de 2020

Relato breve de un niño y su planeta


De ninguna manera sabría aproximarme ya al tribunal implacable de los pozos. Trasladarme a los sótanos ingenuos de mis juegos, convencido -como estaba- que eran torres, protegidas por algún tipo de gigante desterrado de la cara más oculta de la luna.
Porque aquel globo metálico llegado desde el cielo era mi parque, mi mundo tatuado de geografía confusa, un reino esmaltado de océanos sombríos, continentes negruzcos, un ecuador malgastado, y volcanes hambrientos donde esconder mis canicas. Me gustaba ascender a la estepa siberiana para sentarme a fumar mi pipa de burbujas asteroides, que se desintegraban -creo que por efecto del viento- al acercarse a los circos acechantes del Himalaya.

Recuerdo con nitidez la cara de aquel hombre, bombero la mayor parte de su tiempo, héroe sin dudarlo de la causa y de su sueldo, que usó su mano tendida para separarme de la esfera, jugándose el todo por el todo, y maldiciendo los ecos de la guerra que dejó allí -años atrás- el infernal artefacto, ahora mi planeta, mi universo.
No me consta si el ruido del instante alcanzó la frontera de las gentes, si paralizó sus relojes tanto como el mío, si el fuego efusivo reemplazó los átomos de aire circundante, o el alcance exacto de las ondas de mi estrella. No me consta. Pero sí recuerdo sentirme ganador un poco antes, allá en mi cima, con mi helado de vainilla, mi jersey de rombos tristes y mis ojos blancos de niño victorioso, porque aquel segundo fui más fuerte de lo que nunca fui. Porque fui más alto que en el más generoso de mis sueños.