Como
Aquiles tras la tortuga, dediqué no pocas unidades de mi vida a correr hacia la
luz de una cifra inalcanzable. Más cerca, más cerca, pensaba con cada paso,
pero las distancias progresivamente más cortas abrían espacios de entrañas
infinitas, engañosos a la vista, inapelables para el tribunal de límites.
Cómo
fracasar –me decía- en un viaje repleto de avances periódicos y regulares.
Indudables. Patentes. Demostrables. Reflejados a tinta en la notaría de las
intenciones positivas.
Cómo
desentenderse del empuje moral que supone ver acercarse el objetivo, como el
proyectil ve la diana, en cada cumbre acordada de los juegos rituales.
A
quienes me acusaran de ingenuidad manifiesta o ausencia de previsión práctica
(faltas ambas muy castigadas hasta en el más benevolente de los códigos), les
diría que me pudo la ambición -qué sé yo-. O tal vez fueron las ansias
incrustadas en los genes de los hombres desde los tiempos en que la vida plena
no era sino una sucesión de conquistas. Tan cerca, tan cerca, me decía, espoleado
por la evidencia de los progresos, por el optimismo sonriente de los cálculos, sin
advertir que la curvatura de la función falseaba milímetro a milímetro la
victoria con más y más aplazamientos.
Del
objetivo mismo salieron voces que me hablaron de falta de sincronización de
tiempos, de ondulaciones no coincidentes en sus máximos y mínimos, de
pendientes opuestas y de n
circunstancias en un espacio de n+1
variables. Es complicado –me decían-, y lo sabes. Hasta una vez me acusaron de
no perseverar, de confundir la velocidad con el destino, de distraerme en
funciones derivadas, de perderme en un mar de estructuras fractales dejando
pasar el tiempo como si fuera un bien retornable. Hasta de perder interés.
No
lo sé. Lo cierto es que estoy en algún lugar situado entre dos puntos que se mueven
cuando yo me muevo, obligado a vagar sin un vector definido por el borde más
desaprensivo de las incertidumbres. Tan lejos, tan lejos…Todo es más oscuro
que antes, eso es evidente. Cada vez que
me aproximo a la luna, la luna se aleja un poco. Pero puedo jurarles –me crean
o no- que si me detengo por un momento a reflexionar o a tomar aire, siento entonces
que la luna se acerca a susurrarme: ¿abandonas?