Tengo
una curiosidad.
Quisiera
alcanzar el testimonio que esconde el reverso de las fotografías, y comprender
el sentido confundido de sus personajes. Preguntar por los pasillos y aulas de su
experiencia intransferible, intuir la frecuencia con que se cierran y abren sus
ventanas y puertas.
Así,
un poco hipnotizados por la encantadora ingenuidad de mis demandas, me hablaron
algunos de ellos –de los personajes-, obtenidos al azar de un arroyo de
películas prestadas.
Me
dijeron –como dato- que uno de cada diez humanos que ha conocido la Tierra
desde que siendo monos bajaron de los árboles, está vivo ahora; que cada
segundo cien rayos golpean el suelo por el que caminamos, y que Utopía es una
provincia del planeta Marte. Pueden comprobarlo.
Tengo
una curiosidad.
Necesito
comprender el porqué de la anchura de los pianos, y cómo hacen para proyectar esos
susurros impares en la pared. Una pared. O cualquier pared.
Entonces
el mentor de los sonidos me contó –siempre como dato- que el Big Bang fue absolutamente
silencioso (por mucho que lo imaginemos desplegando un apoteósico estruendo
sobre la materia) y que por esa razón, las ondas huérfanas de aquel
espectacular evento se reunieron más tarde para formar un ejército de
complicidades y frecuencias que los más ancianos vinieron a llamar Música.
Tengo
una curiosidad.
Me
haría feliz comprender el secreto más oculto de los colores, de sus laberintos
enlazados. El barniz cegador del amarillo incandescente, la pacífica bondad de
los azules marítimos, o el irracional suministro de pasión que arroja a los
espíritus frágiles el vino rojo.
Tengo
una curiosidad
Que
tal vez -puede (¿quién sabe?)- reúna, como una suma de las demás curiosidades,
la esencia misma de mis interrogantes. Y es que alguien me explique al fin –así,
digo, como dato- el verdadero significado de los eclipses.