Imaginemos, puestos a imaginar,
un pequeño mundo cubierto por tejados amarillos
mares, tierras, horizontes
y justo en el centro, una ciudad simétrica
círculos, triángulos, trapecios.
Imaginemos, puestos a imaginar,
una playa, un puerto, una torre
cien balcones, mil ventanas, un paseo
y justo en el centro, un jardín tan descomunal
que todas las flores del mundo
disponen en él de una orgullosa embajada.
Imaginemos ahora, por imaginar más cosas,
un barrio periférico, en las fronteras del ruido
ni tan lejos ni tan cerca
ni tan alto ni tan bajo
y justo en el centro, un mirador de piedras antiguas
desde el que se ve una escuela,
recreo, canciones, corrillos
sumas, restas, llevaditas
y por el cristal del aula, la imagen
-digo- por seguir imaginando,
de una catedral con ábside y fachada
geométrica
y justo en el centro, en el mismo centro,
veinticuatro cúpulas de color amarillo,
como en todos los tejados
como en el resto de los mundos.