sábado, 25 de mayo de 2024

Colores, lugares, geometrías

 


Imaginemos, puestos a imaginar,

un pequeño mundo cubierto por tejados amarillos

mares, tierras, horizontes

y justo en el centro, una ciudad simétrica

círculos, triángulos, trapecios.

Imaginemos, puestos a imaginar,

una playa, un puerto, una torre

cien balcones, mil ventanas, un paseo

y justo en el centro, un jardín tan descomunal

que todas las flores del mundo

disponen en él de una orgullosa embajada.

Imaginemos ahora, por imaginar más cosas,

un barrio periférico, en las fronteras del ruido

ni tan lejos ni tan cerca

ni tan alto ni tan bajo

y justo en el centro, un mirador de piedras antiguas

desde el que se ve una escuela,

recreo, canciones, corrillos

sumas, restas, llevaditas

y por el cristal del aula, la imagen

-digo- por seguir imaginando,

de una catedral con ábside y fachada

geométrica

y justo en el centro, en el mismo centro,

veinticuatro cúpulas de color amarillo,

como en todos los tejados

como en el resto de los mundos.


sábado, 18 de noviembre de 2023

Plebiscito

 




Entre los ventanales amplios que ofrecía el destino

elegía aquel colonizado por la luz silenciosa de las voces.

Entre los trayectos susurrados por los atlas

elegía siempre aquel que dirigiera sus miradas hacia el norte.

Y una vez ya dentro, sabiéndose en el tren articulado de los días

buscaba el lado más occidental de los vagones.

Exploraba la inconmensurable pequeñez de las vivencias

para trasladarla a un frenesí de relatos galdosianos,

dramáticos, reales,

un poco incomprensibles.

Para más tarde, despertando de un sueño sosegado,

conmemorar el perfil erosionado de los ciclos.

Se arropaba con las letras de mil textos

sin dejarse arrastrar por los gritos emanados de los vecinos locos,

pobres alienados,

sabiendo que su espacio cotidiano provenía

de una civilización anciana

creadora de cerámicas,

dibujos, creencias

y de un vaso arqueológico de forma acampanada.

Por eso su memoria escribía en los espejos

retratos de tela

armonías del alma

frenesí de danzas contagiosas

y un mural paternal de selváticos colores.

Al fin, decidió preguntar a sus complejos

qué camino habrían de tomar sus decisiones.

Propuso un plebiscito

vinculante

que arrojó un resultado sorprendente:

vivir sin miedo alguno

mecido por el canto de los libros,

el eco de los lápices

y el caos evanescente

de los ruidos.


sábado, 11 de marzo de 2023

Romance lento de la niña y el charco



Caminaba la niña

por el suelo mojado

buscando un espejo

sin los ojos vendados

 

Ya frente al agua

peinaba su pelo

miraba su encanto

rompía el hechizo

chapoteaba

 

Encontraba en las gotas

algo más que sueños

deseos confusos

jaulas de cristal

meditaba en silencio

mientras salpicaba

 

Amaba el fonema

del vocablo charco

con che de charanga

de chile, de choza

charol, chato, ¡chispa!

 

Jugaba a jugar

huía de huirse

atletas arcaicos

y libros calados

de lluvia en Macondo

chaleco y chubasco

 

Escucha y susurra

melodías, palabras

cantautores zurdos

que empujan su alma

hacia el valle izquierdo

del camino cierto

 

Y ya vuelve la niña

de sonrisa inquieta

a la che de la chácara

chocolate o quechua

Sigue su camino

con miedo al olvido

como hace el mochuelo

volviendo a su olivo. 



sábado, 14 de enero de 2023

También los astros


Parece lógico pensar que fue observar la arena lo que le hizo intuir la invencible fortaleza del término infinito. También la contabilidad imposible de los sucesos del agua y sus vaivenes. La inconstante orilla, la brisa discontinua. La playa sin dueño. La forma inesperada de un pequeño mar, protegido con solemne timidez por un cabo que siempre mira hacia Oriente.

También un faro.

Qué fácil fue entontes, ya al anochecer, alzar la vista y asomarse al cosmos. Buscar mares en el cielo. Sentir en las retinas el albedo perturbador de millones de objetos que nos miran desde donde estuvieron, no ya desde donde están (si acaso existen)

También la luna.

Así, entonces, fue natural rodear su vida con el manto perenne de los números. También de algunas letras, pero usadas siempre para reemplazar a otros números. Discutir sistemas, localizar máximos. También mínimos. Dar valores a x. También a y. Aproximarse a e. Calcular cuánto cabe en una esfera. Dejarse seducir por el estimulante suspense de las conjeturas, por la sugestiva solvencia de los teoremas. Por el tranquilizador reposo de los corolarios (Quod erat demonstrandum)

También los puntos (suspensivos…)

Y finalmente, mirar para siempre por lentes sucesivas y escuchar la música callada de los cometas. Sentir el pulso incesante de un ballet de mil constelaciones. Y bailar con ellas. Como hacen la luz, el espacio y el tiempo.

También los astros.

 

martes, 28 de junio de 2022

El puente

 




Mirando ahora de cerca

las aguas que pasan bajo mi puente

descubro con predecible asombro

que son menos caudalosas de lo que imaginé.

(aunque, eso sí,

algo más turbias)

 

Observo que en ellas

(para mi sorpresa)

navegan aún, heroicamente,

barquitos de papel que hice de niño

con mis manos confundidas de proyectos,

y que di por irremediablemente hundidos,

tras singular batalla

contra los bien armados galeones

de la ambigua adolescencia.

 

Ni me atrevo a imaginar

qué otras corrientes

habrán de seguir erosionando

mi caudal,

ya de por sí cansado.

Ni quiero tampoco

describir los restos

de naufragios ya asumidos,

alejándose,

como hacen las cigüeñas

o los templos tristes,

cuando dejan de sentir el aliento

de su utilidad y sus razones,

y ningún espacio,

por apacible que parezca,

sea digno de llevar el nombre de

un lugar donde quedarse. 


lunes, 20 de junio de 2022

Velas



    Buscó esconderse en el habitáculo más desocupado de la memoria, pero, como si de un sótano anegado por las aguas de un manantial cercano se tratase, no encontró espacio vacío donde reposar la conciencia y ahuyentarla del perseverante torbellino de recuerdos.

    Buscó entonces distraer sus monográficas meditaciones atándolas a alguna colmena de sonidos, para que las músicas acariciaran sus bordes hasta derretirlos, igual que hacen las llamas tenues con la cera de los candelabros, o con las velas abarrotadas de horas que acarician las mesas de ciertas tabernas. Pensó incluso en subirlas a las alas de una congregación de melodías, de esas que surcan las bóvedas de nuestros ojos grises para socorrernos en los días que no acertamos a salir de los pozos. Pero no hubo forma.

    Sin dejarse vencer, recurrió a la taumaturgia de los libros, con la idea -tal vez ingenua- de esconder su alma entre los personajes de sus páginas, y desaparecer en el anonimato de los colectivos literarios, al menos hasta que amainara la tormenta de perseverancias. No funcionó.

    Por alguna razón, sus pensamientos se enredaron aún más recordando los párrafos desplegados de las fantasías clásicas, relatos que alguien le mostró una vez insuflándoles aire al extraerlos de los rigores estáticos de una estantería. Las terroríficas y envolventes noches del Conde Drácula, los dilemas morales y curvos del Dr. Frankenstein y su criatura monstruosa, o las hipnóticas crónicas de la virgen Scheherazade que -según cuentan- llegaron a desvelar a un sultán asesino alguna más de mil noches...

    Vencido por los hechos consumados, decidió entregarse a la persistencia de la retina y asumió el relato de la memoria como un mensaje que le regalaba el presente. Y sería el tiempo, y solo el tiempo, quien dictaminara la duración y validez de aquel embrujo. Tal vez -quién sabe- se tratase de un material más firme que los torbellinos de recuerdos, que las perseverantes tormentas, un material casi tan sólido como la cera de esas velas abarrotadas de horas, que acarician con su luz las mesas escondidas de ciertas tabernas.  


 

domingo, 3 de abril de 2022

Barquillito *

 

Hasta hoy no os he hablado del niño Eloy Samper “Barquillito”, uno de esos seres que parecen emanados del habitáculo más silencioso de la nada. Endeble de huesos, maltratado por el viento por sus andares frágiles, y con los ojos más pendientes del entorno que del objeto. Hablaba solo y jugaba también solo, levantando los brazos hacia el aire, como esos eremitas iluminados que bajan de las cuevas para predicar sus revelaciones en el desierto. Barquillito decía cosas que nadie comprendía, incluso para algunas de sus frases usaba vocablos que parecían sacados de otras lenguas.

            Siempre buscaba el mismo lado del parque, junto al estanque, cerca de Don Romualdo, el barquillero, quien cada día, cuando ya recogía sus bártulos -no se sabe si por pena o por piedad- regalaba a Barquillo un tostado y quebradizo último barquillo del fondo de su ruleta de latón y que el niño de ojos alterados devoraba con golosa avidez.

            Se decía de él que era así de raro porque siendo un bebé tuvo un problema,otros decían que es que había venido de la Luna, otros que era la reencarnación del Niño Jesús, y otros -la mayoría- decían simplemente que estaba loco. 

       En otro mundo, Barquillito hubiera sido blanco fácil de las chuflas, mofas y bravuconadas de los gwendis, pero no en el nuestro. Gwendolín prohibió desde el principio que nadie se metiera con él. Por alguna razón, lo convirtió en un intocable:

Es buen niño y no daña a nadie -les decía a sus gwendis-, así que dejadlo en paz, no quiero ni que os acerquéis a él.

Y así Barquillito bailaba y trotaba sin miedo alguno, siempre cerca de Don Romualdo.

Barquillito, Barquillto, cuántas veces me pregunté qué misteriosos laberintos habrían de atravesar las culebras confundidas de tus sueños.

 

*De mi serie “Los mundos de Gwendolín”, publicada en mi Facebook entre junio de 2018 y junio de 2019