Conocí una vez a un clarinetista que soñaba con
tocar el arpa, acariciar el aire con las cuerdas y sentir en sus oídos el
latido decreciente de los arpegios huyendo. No funcionará, tus dedos no son
suficientemente delgados, le dijo una vez un arpista.
El arpista quería tocar, en realidad, la trompeta. Romper
el viento con el disparo alargado del metal y golpear las paredes y los espejos
con el brillo puntiagudo de sus ataques, perforar, doblegar y vencer en las más
violentas batallas del sonido. No funcionará, te falta fuerza en los pulmones,
le dijo una vez un trompetista.
El trompetista quería tocar, desde siempre, el
piano. Dominar el mundo desde las escalas, encaramado en armonías ambiciosas, ébano
y marfil, hablando a la audiencia con la opulencia de un gigante, devorando
repertorios con voracidad insaciable. Será difícil, casi imposible, le comentó
una vez un pianista: tus manos son pequeñas, apenas cubren una octava, el
intervalo predilecto de este gran instrumento.
El pianista era, digámoslo todo, un cantante
frustrado. Un malogrado emisor de las raíces del alma, que ansiaba hablar la
música envolviéndola en palabras y versos, como hacían los trovadores en
tiempos remotos. Sin resonadores ni timbre, con la voz rota y sin recorrido
alguno, nunca serás cantante, le dijo un tenor sincero.
El tenor hubiera querido ser bajo, para sumergirse
en la caverna de los ecos más profundos, y rescatar a Caronte, a Boris, a
Rigoletto, o a Don Giovanni, estremeciendo al público, no deleitándolo. Tu voz es fina y ligera, ni te molestes: la
gravedad no es una opción, le comentó un bajo una vez, antes de salir escena.
El bajo era un tipo feliz, sin traumas ni anhelos
frustrados. Le gustaba cantar, era su vida, lo hacía desde niño. A pesar de su
tono grave, su color era limpio y dúctil, doblaba el sonido con un esmaltado oscuro
y al tiempo dulce. Alguien le preguntó una vez cómo lograba sacar aquel timbre
hermoso. Pienso en el instrumento que escuchaba de pequeño en mi casa, lo
tocaba un vecino y siempre que canto lo busco, de algún modo, en mi cabeza,
respondió el cantante. ¿Y qué instrumento era?, le preguntaron de nuevo. El
clarinete.