Renacida del caos tumultuoso de la
oportunidad, sus nuevos cálculos vitales dieron resultados complejos. Era -no
cabe duda- la misma persona que fue, seducida por sonidos y poemas de cientos
de años, acompañada al tiempo de libros con palabras no tan ancianas, pero rodeada
siempre de miles de imágenes presentes, traídas por el aire, dispuestas
tecnológicamente en un asimétrico abanico de capítulos.
De arrebatadora discreción, era la cima
más visible de una cordillera ya de por sí elevada por la propia naturaleza del
espectáculo. Singularmente dibujada, rechazaba las propuestas innecesarias con
la elegante reverberación que produce el suave eco en los desfiladeros.
Requerida asiduamente por la racionalidad de los ateneos y la academia, gustaba
de enseñar el cuchillo para luego usar solo el bisturí, ganándose el respeto de
las audiencias, que una vez doblegadas, quedaban encogidas en el arcón del
silencio.
Crítica de la razón crítica. Hoy toca la
guerra, mañana será el arte. Las certezas son de madera, y no de mármol. Ninguna
roca resiste la embestida del canto, los puristas son falsos profetas y la
retina nos enseña que los andares pueden ser más convincentes que los gestos.
Era, ya se ha dicho, la misma persona. Reinventada
en el sutil pálpito de sus proyectos, defendiendo que el sol con su luz es la
mejor de las patrias, aunque a veces, ya en secreto, citaba al poeta
murmurando: ay, “si no fuera por la lluvia…”