Tuve
que vaciar los cofres de las vivencias por petición expresa del progreso.
Su
formas me parecieron las correctas –no tengo quejas al respecto- pero sus
agentes ejecutivos me dieron un trato que muchos en mi situación hubieran
calificado de denigrante.
“Su
experiencia en tal o cual episodio debió ser comunicada con efecto inmediato
para su evaluación, su reacción ante los sucesos del día de autos fue
desmesurada e inapropiada, de su paso por determinado evento no consta
testimonio de actuación alguno”, etcétera.
Permanecí
la mayor parte de la inspección en silencio, si bien, en un momento dado, me
pareció correcto ofrecerles un café o un té mientras realizaban su tarea.
Ninguno de los ocho se molestó en mirarme, siguieron a lo suyo. Sólo uno de
ellos –no necesariamente el más serio- se limitó a decirme sin levantar la
vista de mis cofres: cierre la puerta y quédese fuera, haga el favor, ya le
avisaremos.
Dos
meses después recibí una carta certificada con la documentación sellada, escrita
en tono frío y administrativo: en lo
sucesivo absténgase de exhibir trazos de memoria que puedan contener
aprendizajes o enseñanzas, así como de compartir con nadie reflexiones sobre
hechos cruciales de su existencia, ya sean propios o tomados de otras personas.
Constaté
que se trata de un texto standard que usan en todas las misivas de este tipo.
Deben enviar cientos de ellas cada día. La mía sigue en mi mesa, casi intacta, siempre
coronando una montaña de papeles más recientes. No me atrevo ni a doblarla ni a
guardarla en el cajón. No me atrevo a leerla en voz alta – tampoco en voz
baja-.
Por
suerte para mí –porque no siempre es así- me dejaron conservar los cofres
–vacíos, claro está-, si bien fueron convenientemente sellados en mi presencia.
Lo hizo un hombre alto y elegante, encorbatado, que no había participado en las
tareas de inspección. Llegó solo al final, mientras recogían. Todos le trataron
con el respeto que se le da a un superior. Al terminar se dirigió hacia mí y me
habló con solemnidad pétrea: "le dejamos que se quede con los cofres pero si
quiere un consejo, deshágase de ellos. Hoy. La experiencia me dice que la
tentación de usarlos de nuevo suele degenerar en reincidencia. Y entonces la
ley será mucho más severa". Salieron todos y se fueron por dónde habían venido. Quedé
pensativo en el umbral de mi puerta. Apenas había ya luz en la calle.
En
noches como la de hoy me gusta sentarme en mi estudio y observarlos, quietos,
cerrados, mudos, casi fosilizados. Veinticuatro cofres de madera oscura y
barnizada, inmóviles, como aquellos guerreros de terracota de Xian, con sus
ojos fijos en algún punto flotante y detenidos en el tiempo. Por ahora no tengo
tentación alguna de delinquir abriéndolos y volcando en ellos mis recuerdos. En
realidad, ya casi el único recuerdo que me queda es el del día que tuve que
vaciarlos delante de ocho inspectores graves, por petición expresa del
progreso.